Como entrenador y dietista puedo decir por experiencia que un gran número de personas, por no decir la mayoría, empiezan a practicar ejercicio con el objetivo de perder peso. No obstante, tenemos toneladas de literatura que nos dicen que los beneficios van más allá de la pérdida de grasa.
En este artículo te explicamos otros cinco motivos más interesantes que esta pérdida de peso y grasa para empezar a entrenar.
Menor riesgo de enfermedades metabólicas, osteoporosis y sarcopenia
El entrenamiento, en particular el entrenamiento de fuerza, se relaciona con niveles más altos de tejido muscular y óseo. Esto ya de por si te hace enfrentarte al día a día con mayor seguridad y eficacia y despeinándote menos, sobre todo si hablamos de personas mayores.
Además, las personas con mayor tejido muscular ingresan menos en el hospital, sufren menos complicaciones derivadas de cirugías y en general salen antes del hospital.
En la tercera edad, mayor masa muscular implica más autonomía y menor riesgo de caídas y si te caes, mayor densidad mineral ósea se traduce en menor probabilidad de romperte un hueso.
No obstante, a nivel metabólico el entrenamiento ofrece un mejor metabolismo de la glucosa, mayor control de la inflamación a nivel corporal, mejor perfil lipídico y una menor presión arterial.
Mayor control del hambre emocional
El hambre es un impulso innato que nos empuja a buscar e ingerir alimento. Esta es la descripción del hambre fisiológica por lo que hasta aquí, bien. No obstante existe un concepto relacionado que es el de hambre emocional, es decir, ese hambre que podemos sentir no por causas fisiológicas sino por causas psicológicas. Normalmente este hambre emocional se relaciona directamente con el estrés y la ansiedad.
Aunque el ejercicio físico por lo general provoca un aumento del apetito a nivel fisiológico, también regula positivamente el circuito de hormonas y neurotransmisores del hambre por lo que permite gestionar mejor el hambre emocional.
Sistema inmunitario más eficaz
A corto plazo y tras las primeras veces que practicamos ejercicio físico, existe una disminución de la eficacia de nuestro sistema inmunitario y debemos decirlo. Un entrenamiento, sobre todo si es intenso y vigoroso, va a debilitar temporalmente nuestro sistema inmunitario y puede hacernos más proclives a enfermar.
Esto no es una mala noticia ya que es un efecto transitorio que culminará con un sistema inmunitario más fuerte y menos proclive, la próxima vez, a debilitarse tanto durante un entrenamiento cualquiera.
Una de las adaptaciones más notables que hace nuestro organismo al entrenamiento es la de mejorar la eficacia de nuestros neutrófilos, un tipo de leucocitos de nuestra sangre que se encargan de combatir, entre otras cosas, infecciones.
Embarazos más seguros, menor riesgo de diabetes gestacional y mejor desarrollo neuromotor del bebé
Entrenar durante el embarazo no solo otorga beneficios a la madre sino también al bebé. Desde el punto de vista de la madre, el entrenamiento disminuye el riesgo de complicaciones, entre ellas la diabetes gestacional o la hipertensión. En estas circunstancias los embarazos suelen ser más seguros y más fáciles de gestionar a nivel médico.
Desde el punto de vista del bebé, el entrenamiento de la madre provoca que este desarrolle menos adiposidad (tejido graso) tanto durante la gestación como tras el parto. Además, su desarrollo neuromotor será más precoz.
Mejor gestión del estrés y la ansiedad
Una persona con estrés y ansiedad es probable que conviva con niveles de catecolaminas o cortisol, entre otros, elevados, por lo que el entrenamiento puede encajar dentro de esta respuesta fisiológica que provoca el estrés y la ansiedad: movilización del flujo energético, aumento de la frecuencia cardiaca y contracción muscular.
Como respuesta al entrenamiento producimos una serie de hormonas y neurotransmisores que pueden contrarrestar, al menos un cierta medida, los efectos que producían las hormonas anteriores que hemos mencionado. Nos estamos refiriendo en este caso a las endorfinas, que son capaces de reducir los niveles de estrés y ansiedad de forma notable.
De esta manera, el entrenamiento puede compartir algunos síntomas propios del estrés y la ansiedad (aumento de la frecuencia cardiaca, por ejemplo) pero es capaz de regularlos de forma positiva.
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