A día de hoy todavía se pueden encontrar por Internet un número increíble de artículos y listas que hablan de los malvados aditivos "E", catalogándolos en dudosos y peligrosos.
Sin embargo, esta lista, o el gran peso social que adquirió en su momento, y que resuena a día de hoy, tiene su origen en una huelga, unos despidos y un boicot. Ninguno de los trabajadores que orquestaron la primera de las infames listas podría imaginar que sus acciones harían tanto daño, y no precisamente como ellos imaginaban.
La lista Villejuif / Majadahonda: historia de un bulo
En 1986 llegó a España una curiosa y alarmante lista que contenía más de dos docenas de aditivos alimentarios, identificados por sus códigos "E", y etiquetados según eran sospechosos o peligrosos para la salud. Dicha lista, en sus múltiples variantes, fue modificada y distribuida en colegios, hospitales y publicada hasta por diversos periódicos. El más peligroso de todos los aditivos, cancerígeno y letal hasta la médula, era el E-330.
"Hace unos años fui a casa de un amigo de visita y, mientras disfrutábamos de unas cervezas en la cocina, me fijé en un folio que tenía colgado de la puerta del frigorífico", contaba Miguel Ángel Lurueña, Doctor Licenciado en Ciencia y Tecnología de los Alimentos y divulgador sobre seguridad alimentaria. Aquello me pareció rarísimo, así que leí con detenimiento los códigos y, aunque por aquel entonces no conocía muchos de memoria, algunos sí los reconocí".
Lo que más le llamó la tención, explicaba, fue la presencia del E330 como el más peligroso de todos. "[El E330] corresponde nada más y nada menos que al ácido cítrico, una sustancia imprescindible para el funcionamiento de nuestro organismo y que que se puede encontrar por ejemplo en la naranja y el limón", confirma. ¿Cómo puede ser? La respuesta no es sencilla, pero sí razonable: era un bulo.
Antonio Ortí, periodista y escritor, explica en su blog el origen de este no tan elaborado, pero sí eficaz, hoax. Al parecer, la historia comienza cuando varios trabajadores de Schweppes, coincidiendo con una huelga que afectó a la firma, en 1976, deciden publicar la dichosa lista con un membrete del departamento de Oncología del Hospital de Villejuif, nombre con el que se conoce la lista fuera de España. Aquí, dicha referencia, cuando llegó el bulo en 1986, fue cambiada por el hospital de Majadahonda.
Cómo se gesta una desinformación tremendamente eficaz
El bulo comenzó a rodar en Francia, Holanda, Alemania... y alcanzó cotas tan grandes que el propio hospital de Villejuif ha salido a desmentir dicha lista en varias ocasiones. No sirvió de mucho. El alcance y la preocupación llegó a cientos de miles de hogares y millones de personas. ¿Cómo puede ser? El secreto está en cómo se gestiona este tipo de información.
Lo primero es contar con el tiempo en el que se dio, en el cual no era tan fácil acceder a Internet o contactar con los expertos. En segundo, la falta de contrastación, un paso clave en la extensión del bulo: en su momento, el alarmismo desplazó a la necesidad de rigurosidad. El bulo fue transmitido sin que muchos medios de comunicación llegasen a comprobar la información.
En tercer lugar está la descontextualización. Cuando el hospital de Villejuif pasó a ser el de Majadahonda, por poner un ejemplo, parte de la información se perdió. En estos procesos se pierde información, de forma premeditada o no, haciendo cada vez más difícil seguirle la pista a su origen. Esto impide que se pueda contrastar la información de manera correcta.
El "jaque mate", por supuesto, se lo dieron los medios. En este batiburrillo de circunstancias, cada vez más medios se hicieron eco del alarmismo de la noticia, que cada vez era más difícil de comprobar. La mezcla resulta perfecta: información alarmante con fuentes que parecen reales pero que no se pueden rastrear. A día de hoy es más rápido contrastar la información pero, aun así, todavía se sigue transmitiendo dicha lista como real.
Daño a la sociedad
Pero, ¿qué intenciones tenía dicha lista? Está claro que no pretende informar a la sociedad. El boicot, según Ortí, tendría como finalidad desacreditar a la marca, con la intención de hacer daño. Sin embargo, la jugada no funcionó como esperaban los trabajadores: en vez de hacer daño a la marca, hizo daño, y mucho, a toda la sociedad. En primer lugar, los aditivos alimentarios son seguros y tienen una función (otra cuestión muy distinta es que sean saludables).
"Los códigos E permiten identificar los aditivos alimentarios a nivel internacional de forma rápida, práctica e inequívoca", explica Miguel Ángel Lurueña. "La letra E simplemente indica que se trata de códigos de aditivos recogidos en la legislación europea, mientras que el número identifica la sustancia de la que se trata. Dicho número está formado por tres cifras, la primera de las cuales indica el grupo de aditivos a los que pertenece".
De esta forma, por ejemplo, del 100 al 199 son colorantes, del 200 al 299 conservantes, del 300 al 399 antioxidantes, etc. "El hecho de que un aditivo tenga un número E asignado da garantías de que el aditivo ha pasado controles de seguridad y que ha sido aprobado para su uso en la Unión Europea", afirma con rotundidad. En otras palabras, que ningún elemento no seguro para su uso común estaría asociado a un número E.
Aun así, la lista ha ido pasando durante décadas de mano en mano, contradiciendo todo lo que las evidencias, los profesionales y la legislación confirman. Esto provocó un daño terrible, no en las empresas a las que pretendía atacar, sino a la sociedad, tal y como indicaron los estudios posteriores. Un daño que todavía, a día de hoy, vemos reflejado en los ecos de la quimiofobia que siguen resonando en las redes.
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