En numerosas ocasiones nos habrán recomendado el consumo de probióticos para recuperar nuestra microbiota intestinal, especialmente después de haber seguido un tratamiento con antibióticos. Estos probióticos son microorganismos vivos, bacterias o levaduras, como los Lactobacillus o los Bifidubacterium.
La finalidad de estos probióticos es crecer en el intestino y adherirse a la mucosa, lo que ayudaría a evitar que algunas bacteria que puedas ser dañinas se adhieran. Estos probióticos los podemos encontrar en algunos alimentos - aunque también en medicamentos -. Es importante que conozcamos en qué alimentos, además de los yogures, podemos encontrar probióticos.
Yogur, el probiótico presente en casi todas las neveras
El yogur es uno de los probióticos más conocidos e importantes que podemos encontrar. Igual que otras leches fermentadas, contiene ácido láctico que ayuda a mejorar nuestro estado gastrointestinal. Es por ello que, en numerosas ocasiones, nos los recomiendan cuando consumimos antibióticos o tenemos problemas estomacales.
Sin embargo, a la hora de comprar este alimento, si lo que queremos es beneficiarnos de sus propiedades probióticas, debemos prestar especial atención al tipo de yogur que compramos. Actualmente, en el mercado, algunos de los yogures que encontramos vienen pasteurizados y sometidos a un tratamiento térmico que destruye los microorganismos de la fermentación. Es importante que tengamos esto en cuenta a la hora de elegir nuestros yogures.
El kéfir de leche, fermentado por la acción de levaduras y bacterias
En este caso, se trata de un alimento fermentado derivado de la leche - aunque también puede serlo del agua -. Se trata de un alimento que se genera a partir de un hongo conocido como kéfir. El mismo proceso de fermentación consigue que gran parte de la lactosa de la leche se acabe convirtiendo en ácido láctico.
Es precisamente ese proceso el que consigue que el kéfir sea más digestivo y se convierta es un excelente probiótico. No solo eso, sino que nos aporta importantes cantidades de vitaminas del grupo B, potasio y calcio, además de ayudar a reforzar nuestros sistemas inmunes.
Aceitunas (y otros encurtidos)
Las aceitunas, pepinillos y demás alimentos encurtidos que podemos encontrar son, probablemente, uno de los probióticos más desconocidos de todos. Sin embargo, tienen un número - aunque no tan alto como el de los yogures - nada despreciable de probióticos.
La causa la encontramos en el propio encurtido. Al ponerlos en salmuera y acidificar con el vinagre es cuando empiezan a aparecer las bacterias lácteas y levaduras. Gracias a esos microorganismos se reblandece la piel de los encurtidos, pero además se quedan adheridos a su piel. En cualquier caso, igual que en el de los yogures debemos fijarnos en qué tipo de encurtidos compramos. Preferiblemente deben ser artesanos, porque los industriales suelen llevar tratamientos térmicos que acaban con los microorganismos.
Kéfir de agua, fácil de preparar en nuestra propia casa
Igual que en el caso del kéfir de leche, se trata de un probiótico muy eficiente. Se trata de un probiótico que, además, puede resultar especialmente útil para aquellas personas que siguen una dieta vegana o que padecen intolerancia a la lactosa. Además, una de las ventajas es que se puede elaborar en casa de manera relativamente sencilla.
Col fermentada (Sauerkraut), el mítico chucrut centroeuropeo
Se trata de un alimento muy poco habitual en nuestro país y, sin embargo, es un gran probiótico. El mecanismo por el que se fermenta es similar al de los encurtidos ya que se elabora en salmuera, lo que hace que aparezcan las levaduras y bacterías lácteas. La ventaja que tiene sobre los encurtidos es que es muy raro que encontremos alguno pasteurizado, por lo que siempre mantienen sus microorganismos intactos. Además, es perfectamente apto para veganos.
Miso, una pasta aromatizante de semillas de soja
En el caso del miso, se trata de una pasta aromatizante elaborada con semillas se soja y habas o arroz fermentada de forma natural con Lactobacillus acidophylus. Gracias a esa fermentación se convierte en un alimento probiótico. En cualquier caso, debemos tener en cuenta que, al elaborarlo, con el calor del cocinado pierde parte de dichas propiedades.
Tempeh, la soja fermentada ideal para vegetarianos y veganos
En el caso del tempeh, igual que el miso, se trata de un alimento muy habitual en la cocina asiática. En este caso, consiste en una forma de soja fermentada. Además de ser apto para vegetarianos y poder usarlo como sustituto del queso o de la carne, también nos aporta unas grandes cantidades de nutrientes como vitaminas del tipo B o el ácido fólico. En cualquier caso, igual que ocurre con el miso, si lo cocinamos con calor pierde parte de sus propiedades probióticas.
Algunos quesos (los que no se someten a pasteurización)
Igual que en el caso de los yogures, los quesos elaborados con leches fermentadas también son importantes probióticos. En cualquier caso, igual que ocurre con los yogures, es importante que nos fijemos en que no lleven ningún tipo de pasteurización, porque con ella se pierden los microorganismos vivos y, por tanto, las propiedades probióticas. En general, el requesón, la mozzarella o el queso gouda suelen mantener sus propiedades intactas.
Kombucha, la bebida de moda a base de te negro fermentado
La kombucha es un tipo de bebida que se elabora a base de té negro fermentado. Esta fermentación se consigue gracias a el efecto de unas bacterias y hongos similares a la levadura. Es gracias a esto que la kombucha se convierte en una bebida probiótica. Además, nos aporta una serie de vitaminas como la B, la C, y hierro, zinc o cobre.
Este artículo fue originalmente publicado por Iria Reguera en febrero de 2019 y ha sido revisado para su republicación.
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