Es peliaguda nuestra relación con las grasas, uno de los tres grupos básicos de nutrientes, a las que necesitamos y tratamos de evitar casi a partes iguales porque las asociamos con engordar y con un mayor riesgo de enfermedades cardiovasculares.
En Vitónica hemos hablado muchas veces de que no todas las grasas son iguales, que no todas son malas para la salud y que de hecho, algunas son necesarias y beneficiosas. Eso sí, conviene distinguir éstas de las que sí suponen un problemas si se consumen en exceso. Una forma que durante mucho tiempo consideramos fácil y fiable de separarlas era clasificarlas según su origen: vegetales, buenas; animales, no tan buenas.
El aceite de palma, el último villano
Pero esto tampoco es exacto y a medida que la ciencia avanza y aprende, la distinción debe incorporar nuevos matices. Por ejemplo, que no todas las grasas vegetales son igual de beneficiosas.
El aceite de palma ha sido el último gran protagonista en este campo: de origen vegetal, su consumo lleva consigo importantes inconvenientes, tanto para la salud (alto contenido en ácidos grasos saturados con efectos perjudiciales sobre la salud metabólica y cardiovascular) como para el medio ambiente y los trabajadores por su forma de producirlo (deforestación, explotación de trabajadores en países en vías de desarrollo...).
A pesar de que muchas de estas características llevan años descubiertas, el aceite de palma se ha seguido utilizando habitualmente porque sus propiedades lo hacen especialmente adecuado en la industria alimentaria y cosmética (es muy palatable, tarda mucho en ponerse rancio y aporta una textura untuosa a temperatura ambiente).
Además, hasta hace pocos meses la legislación permitía señalar en el etiquetado la presencia de "grasas vegetales" o "aceites vegetales", sin especificar exactamente cuál, lo que torpedeaba el derecho de los consumidores a decidir. Un cambio legislativo obligó a empezar a etiquetar con el tipo de aceite concreto, lo que supuso una rebelión de los consumidores y un cambio de política en muchos fabricantes y comerciantes de alimentos. El aceite de palma quedaba desterrado de muchas estanterías y despensas.
¿Es mejor el aceite de coco?
Ante esta situación, ¿puede el aceite de coco convertirse en una alternativa al aceite de palma? Ambos productos comparten algunas características, como su extracción a partir de plantas de origen tropical pero se diferencian en otras, como la naturaleza de sus ácidos grasos saturados.
Efectivamente, aproximadamente el 84% las grasas del aceite de coco provienen de ácidos grasos saturados frente al aproximadamente 50% del aceite de palma (y el 14% del aceite de oliva). Esto explica por qué el aceite de coco, igual que la mantequilla, se mantiene sólido a temperatura ambiente.
¿Quiere esto decir que es peor para la salud que el aceite de palma? Desafortunadamente, la respuesta no está del todo clara, porque los científicos han descubierto que no todas las grasas saturadas son igual de perjudiciales.
La clave: los triglicéridos de cadena media
En concreto, el aceite de coco es rico en triglicéridos de cadena media (TCM), y algunos estudios sugieren que este tipo de ácidos grasos pueden ser de ayuda en la quema de calorías y por tanto en la pérdida de peso. También que contribuyen a aumentar los niveles de lipoproteínas de alta densidad (el colesterol bueno).
¿Quiere eso decir que el aceite de coco es bueno para la salud? Pues tampoco, porque también aumenta los niveles de lipoproteínas de baja densidad (el colesterol malo), y no está claro que los supuestos beneficios de sus triglicéridos de cadena media compensen los riesgos que conlleva consumir un exceso de grasas saturadas.
La Sociedad Americana del Corazón aconseja limitar el consumo de grasas saturadas, provengan de donde provengan, a unos 13 gramos al día. Eso supone aproximadamente una cuchada de postre de aceite de coco al día, y no más.
Aceite de palma y medio ambiente
De todos los problemas que conlleva la producción, comercio y uso del aceite de palma, el medioambiental, social y político es tan importante como el alimentario. El aceite de palma es una causa de deforestación y pérdida de biodiversidad en muchos países tropicales en vías de desarrollo.
La principal causa es que su cultivo solo puede darse en los trópicos debido a las condiciones de temperatura y humedad que necesita. Pero en muchos casos, la creación de cultivos se hace a costa de regiones naturales protegidas que son taladas y convertidas en gigantescas huertas de palmeras.
Así, se convierten en la única fuente de recursos en muchos de estos lugares y en muchos casos lo son de forma ilegal, lo que supone un escenario perfecto para la explotación de los trabajadores, que dedican a ello muchas más horas de lo que es legal por un sueldo mucho menor. En el blog Carro de combate hay información detallada sobre el impacto que tiene el aceite de palma en el mundo.
¿Tiene el aceite de coco el mismo impacto?
¿Ocurre lo mismo con el aceite de coco? No... y sí. Empecemos diciendo que puesto que su consumo no es tan masivo como el del aceite de palma, tampoco su impacto medioambiental y social lo es... de momento. El futuro depende de lo que crezca su consumo.
Pero incluso a niveles moderados como los que se dan ahora mismo, el consumo de aceite de coco tiene un considerable impacto. Para empezar, porque los cocos se producen también exclusivamente en regiones tropicales, lo que significa que consumirlos en otras zonas del mundo supone transportarlos hasta allí, con su consecuente emisión de gases contaminantes.
Por otro, porque también los cocos se producen en grandes plantaciones de monocultivo, y eso supone un reverso en forma de deforestación y pérdida de la biodiversidad.
Y por último, porque con los cocos ocurre lo mismo que con los demás productos originarios de lugares en vías de desarrollo: el café, el chocolate... El sistema mundial de comercio es terriblemente duro para los agricultores y productores de estos países, que reciben por el fruto de su trabajo un precio ínfimo comparado con lo que pagarán los consumidores finales. El beneficio se lo quedan los intermediarios y los productores subsisten a duras penas.
En resumen: es mejor, pero no te pases
Según todo lo que conocemos hasta la fecha, que puede cambiar a medida que se hagan más estudios, el aceite de coco parece más saludable que el aceite de palma, y por tanto puede ser una buena alternativa.
Sin embargo, ni mucho menos es la panacea: sigue siendo alto en ácidos grasos saturados, considerados poco recomendables por aumentar el riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares y metabólicas. Además, presenta casi los mismos problemas medioambientales, sociales y de distribución económica poco equitativa que el aceite de palma, si bien a mucha menor escala, ya que también su consumo y producción están menos extendidos.
Por estos motivos, si bien su uso no está desaconsejado, sí debe ser limitado, tratando de sustituirlo por otro tipo de grasas, como ácidos grasos omega 6 (presente en el girasol o la soja), monoinsaturados (en el aceite de oliva), omega 3 (en el aguacate y el salmón)...
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En Vitónica | Diferentes tipos de grasas: la importancia de saber diferenciarlas
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