Es sabido que la comida puede resultarnos placentera, puede darnos un empujón anímico y favorecer la depresión también, sin embargo, el problema está en el tipo de alimentos que consumimos cuando comemos para calmar las emociones, pues un reciente estudio revela que elegimos alimentos grasos preferentemente.
La alimentación emocional no sólo debe ser controlada porque puede favorecer la ingesta de calorías en exceso, sino también, porque esas calorías derivan en su mayoría de grasas saturadas, según se ha observado en una reciente y pequeña investigación.
Los resultados muestran que si bien los recuerdos que surgen del vínculo entre buenos momentos y el consumo de un determinado alimento influyen en la elección de los mismos para calmar el hambre emocional, también es determinante la biología, porque al parecer, las grasas saturadas producen un efecto mayor sobre nuestro estado de ánimo y por eso las escogemos para sentirnos mejor.
Para que los voluntarios no fueran influenciados por la preparación ni por el ambiente, se administró la comida por medio de una sonda nasogástrica. Así, se infundió una solución salina y una preparación rica en grasas saturadas. Después se mostraron imágenes de personas tristes y se les hizo escuchar música de iguales características mientras se realizaban resonancias magnéticas de sus cerebros.
Los resultados muestran que los voluntarios se sintieron menos tristes después de tener en su estómago a las grasas saturadas, por lo tanto, se cree que son el nutriente que más nos protege ante emociones negativas y por ello nuestro cuerpo nos empuja hacia ellas cuando comemos para calmar las emociones.
Esto nos da una razón más para controlar la alimentación emocional y minimizarla en nuestra dieta habitual, es decir, debemos intentar comer la mayor parte de las veces porque nuestro cuerpo lo necesita y tenemos hambre fisiológico, no hambre emocional.
Una manera de diferenciar estos dos tipos de estímulos es supervisar cuántas horas pasamos sin comer y además, preguntarnos qué deseamos comer. Es decir, si pasaron más de 4 horas sin consumir alimentos y podemos comer cualquier cosa, es porque realmente tenemos hambre, mientras que si sólo han pasado dos horas desde la última ingesta y no queremos comer cualquier cosa sino un alimento determinado, por ejemplo: bollería o dulces, es porque lo que tenemos es apetito y su causa puede estar en las emociones.
Para evadir el consumo de alimentos para calmar emociones, intentemos controlar las mismas con otros métodos, por ejemplo: ejercicio, meditación, descanso, diálogo, música, u otros.