Enfermedades relacionadas con la médula ósea: ¿cuáles son, qué producen y cómo se tratan?

Santiago Campillo

Colaborador

Licenciado en Biología, divulgador científico y autodidacta a tiempo parcial. Gentilhombre del S. XXI. La Comunicación Científica es mi pasión y también mi profesión cuando se deja. Inquieto por naturaleza, cómodo por vicio y creativo por enfermedad.

La médula ósea es el centro de actividad de nuestros huesos, un tejido importantísimo en muchos sentidos. La sangre y gran parte del sistema inmunitario tienen su origen aquí.

¿Pero, qué ocurre cuando no funciona? ¿Qué pasa si no va bien? Las enfermedades de la médula ósea son muchas, y graves. Hablemos de por qué ocurren, sus consecuencias y los posibles tratamientos que existen.

¿Qué es la médula ósea?

La médula es conocida también como tuétano, el centro de los huesos. Este tejido flexible y blando se encuentra en el interior de los huesos largos, vértebras, costillas, esternón, huesos del cráneo, cintura escapular y pelvis.

Existen varios tipos de médula ósea, aunque la que nos importa en este caso es la roja, que es esponjosa y está en los huesos planos. En ella se da la hematopoyesis, es decir, la formación de las células sanguíneas. También se encarga de formar las células del sistema inmunitario.

Este tejido constituye el 4% del total de la masa corporal del ser humano, y su papel es esencial para nuestra vida. Sin médula no fabricaríamos sangre ni defensas. Para poder hacerlo, una gran cantidad de células madre viven en el interior de los huesos. Estas son, en parte, culpables de muchas de las enfermedades relacionadas con la médula ósea.

Existen centenas de patologías asociadas a este tejido. Dependiendo del origen, la manifestación o la consecuencia podemos hacer una extensa clasificación. Sin embargo, podemos distinguir cinco enfermedades comunes, donde podemos englobar de manera general al resto.

Las cuatro grandes enfermedades de la médula ósea

Como decíamos, existen un sinfín de patologías asociadas a este tejido y su malfuncionamiento. La clasificación depende de las características clínicas, de la forma de manifestación y otros aspectos técnicos. Por su naturaleza, sin embargo, podemos clasificarlas en cuatro grandes grupos:

Leucemias

La leucemia es un cáncer de la sangre en el que la médula ósea produce glóbulos blancos anormales. En la médula ósea, las células madre se encargan de madurar para convertirse en glóbulos blancos de dos tipos (granulocitos o linfocitos). En la leucemia, este paso no llega a completarse, y las células que aparecen son células leucémicas.

Estas no cumplen con su función y dejan al sistema sin respuesta inmunitaria. Además, se reproducen sin control, no degeneran (es decir, no se mueren) y entorpecen el correcto funcionamiento del sistema inmunitario. Los efectos pueden ser catastróficos y letales. Entre los primero síntomas de la leucemia están el malestar, las náuseas, las petequias (pequeñas roturas de vasos sanguíneos), el dolor interno, mareos, infecciones recurrentes...

En algunos casos, la leucemia es tratable mediante un trasplante de médula ósea. En otras, la medicación, quimioterapia y radioterapia son efectivas para combatirla. Los últimos tratamientos están trabajando en viroterapia para modificar los factores genéticos que provocan la leucemia. En cualquiera de los casos, las enfermedades leucémicas son muy graves y han de ser tratadas por un equipo médico adecuado.

Anemia aplásica

En este tipo de enfermedades la médula ósea no produce glóbulos rojos. Las razones pueden ser muchas, como la aparición de tóxicos o el uso de ciertos fármacos. Lo más normal, sin embargo, es que el origen se encuentre en el sistema inmune, que ataca a las propias células de la médula ósea. Algunas infecciones como las del virus de la hepatitis, el virus de Epstein-Barr o el VIH pueden promover la anemia aplásica.

A esto se le llama fenómeno autoinmune, donde nuestro sistema inmunitario se vuelve contra nosotros. Los síntomas iniciales son muy parecidos a los de la leucemia: debilidad, infecciones frecuentes, malestar... seguido de hematomas injustificados, hemorragias espontáneas, úlceras.

La anemia aplásica, puede tener consecuencias muy graves, y es imprescindible un tratamiento adecuado controlado por especialistas. Normalmente, el trastorno avanza de forma progresiva. Entre las medidas para combatirlo están las transfusiones, los trasplantes de médula y el tratamiento farmacológico.

Enfermedades mieloproliferativas

En ocasiones, la médula ósea produce demasiadas células sanguíneas: glóbulos blancos, rojos o plaquetas. Esto implica varios problemas que pueden resultar muy graves. En primer lugar, podría darse un trombo que deje consecuencias permanentes o resulte letal.

Por otro lado, la enfermedad mieloproliferativa podría desencadenar una leucemia aguda por el exceso de glóbulos blancos. Al igual que con las anteriores, los síntomas que la identifican son el cansancio, el malestar, las náuseas... a los que se añaden la pérdida de peso, las hemorragias, la inflamación articular y otros síntomas más raros y extraños (como el priapismo, el tinnitus o la esquimosis)

Para tratarlo, primero hay que conocer su origen, que puede ser de muchos tipos, muchas veces genético. El tratamiento puede ir desde la aspiración de médula, retirando el exceso de células, a la farmacología. Algunos trastornos mieloproliferativos son crónicos, y en todos los casos es imprescindible contar con la asistencia de un médico especialista.

Síndromes mielodisplásicos

Al contrario de lo que ocurre con los trastornos mieloproliferativos, en las mielodisplasias cada vez se producen menos células sanguíneas, llegando, incluso, a parar por completo la producción. Al igual que ocurre con la anterior, esta patología suele ser progresiva, de manera que quien lo padece puede sufrir anemia, infecciones recurrentes u otros síntomas como las hemorragias, el malestar... que van creciendo en intensidad.

Algunos síndromes mielodisplásicos son más leves y tienen un tratamiento más sencillo, con fármacos. En algunos casos, mucho más raros, la mielodisplasia puede evolucionar, incluso, a una leucemia aguda, ya que las células madre existentes comienzan a fabricar glóbulos blancos inmaduros.

Este trastorno no suele darse en personas menores de 60 años, y siempre ha de ser evaluado y controlado por un especialista. A veces, el síndrome mielodisplásico puede aparecer como efecto secundario de un tratamiento, como una quimioterapia. En ocasiones, es necesario recurrir a transfusiones o a trasplante medular para poder curarlo.

Imágenes | Wikimedia, Unsplash

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