Cuando hablamos de herpes todos pensamos inmediatamente en los herpes que, habitualmente, pueden aparecer en la boca. Este tipo de herpes es conocido como simple y está causado por dos tipos de virus diferentes (tipo 1 y tipo 2). El tipo uno es el que, habitualmente, encontramos en la parte superior del cuerpo, como el del labio. Mientras que el tipo 2 se encuentra más en la parte inferior del cuerpo, y suele ser el causante del herpes genital.
Este tipo de herpes, a pesar de no tener cura, no es grave y no va más allá de unas simples molestias. Sin embargo, existe otro tipo de herpes, conocido como herpes zóster, que podemos confundir con el anterior. Sin embargo, no son lo mismo, no están causados por el mismo virus y es importante que conozcamos las diferencias ya que no se tratan igual.
Qué es el herpes zóster
En este caso, el herpes zóster está causado por el mismo virus que causa la varicela. Este virus, cuando pasamos la varicela puede quedar latente en nuestro cuerpo. En el caso de algunas personas, este virus puede reactivarse tiempo después. Lo que ocurre, entonces, es que la persona no muestra de nuevo síntomas de la varicela, sino que surge una nueva enfermedad conocida como herpes zóster.
Este suele aparecer en mayor medida en personas mayores, con un sistema inmune debilitado. Sin embargo, las personas que padecen estrés de manera habitual también pueden ver su sistema inmune debilitado y estar expuestos a sufrir esta enfermedad.
Síntomas del herpes zóster
Una de las particularidades que este tipo de herpes tienen es que, cuando aparecen, suelen hacerlo acompañando la localización de algún nervio de nuestro cuerpo. Esto provoca que su extensión pueda llegar a ser bastante grande y darse únicamente en uno de los lados del cuerpo.
Los primeros síntomas que el herpes muestra son el ardor, picor, hormigueo e, incluso, dolor punzante. También podemos tener fiebre o dolor de cabeza, para después comenzar a mostrarse el herpes. Este puede presentarse tanto en la cara como en el cuerpo y se caracteriza por la presencia de ampollas y enrojecimiento en uno de los lados de la cara o el cuerpo y que se extiende a lo largo de un nervio.
Complicaciones y tratamiento
Uno de los problemas del herpes zóster es que, al contrario del herpes simple, puede provocar complicaciones. Una de las más habituales es la neuralgia posherpética que provoca dolor intenso en la zona donde tuvimos el herpes incluso después de que se haya ido. Este dolor no suele durar demasiado tiempo, pero puede llegar a alargarse durante semanas o meses. En algunos casos el dolor puede llegar incluso a ser incapacitante. Esto ocurre, especialmente, en personas mayores de 60 años.
Existen otras complicaciones, pero resultan mucho menos comunes. Entre ellas, si el herpes llega al ojo puede llegar a causar perdida o problemas de visión de forma temporal o permanente. En otros casos poco habituales puede aparecer también neumonía, problemas de audición o, incluso, de equilibrio. En personas muy mayores, o con un sistema inmune extremadamente débil, la enfermedad puede tener consecuencias más graves.
En cualquier caso, existe una vacuna contra el herpes zóster que se recomienda a personas mayores de 50 años, pero que debe ser recomendada por nuestro médico. Cuando la enfermedad ya ha aparecido, se utilizan antivirales para tratarlo. Lo ideal es que se empiece el tratamiento en los primeros tres días desde que aparece la erupción causada por el herpes para que sea más efectiva.
Además, es recomendable utilizar analgésicos para el dolor, toallas frías, lavarse diariamente con agua tibia y jabón. En cualquier caso, debemos acudir siempre al médico para que nos veay nos dé el mejor tratamiento posible. Si padecemos herpes zóster es importante que intentemos no estar en contacto con personas que no hayan pasado la varicela ya que si les contagiamos el virus pueden contraer la varicela - no el herpes zóster -.
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