Por regla general 1.000 kilómetros es la vida media útil de unas zapatillas tanto de competición como de entrenamiento. Debido a las tecnologías e innovaciones que se emplean últimamente en el calzado puede que a los 1.000 kilómetros sigamos viendo las zapatillas como nuevas, pero la pérdida de amortiguación y propiedades de los materiales pueden producirnos una lesión si prolongamos la vida útil de nuestras zapatillas.
A medida que hacemos kilómetros, la mediasuela (de poliurteano, EVA u otros materiales) sufre desgaste y disminuye su densidad, lo que la hace más fina y esto puede afectar a la biomecánica del movimiento de carrera viciando ciertos gestos y pudiendo desencadenar lesiones.
Y no sólo la mediasuela sufre este desgaste, sino que los sistemas de amortiguación, antipronación y demás tecnologías aplicadas comienzan a desgastarse y perder su función, lo que puede afectar a rodilla, cadera, ligamentos y periostio.
En cuanto al calzado de competición, su vida útil suele ser sensiblemente inferior al de entrenamiento, ya que tanto suela como mediasuela tienen una densidad menor para no perder fuerza en deformación de materiales y se gastan antes.
Te puedes preguntar que quién cuenta los kilómetros que corre: normalmente los profesionales lo saben por el tipo de entrenamiento que llevan. Si eres un corredor aficionado una buena solución es tener una hoja de cálculo donde vayas apuntando lo que vas corriendo al día, así llevarás cierto control sobre "tus neumáticos". También algunas aplicaciones móviles, como por ejemplo Runtastic, van sumando los kilómetros que realizas de forma automática.
Una vez que lleguen esos 1.000 kilómetros ten en mente visitar a tu tienda de deportes y dejar las antiguas para pasear por casa.
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