Así es como el ejercicio físico hace a los niños más inteligentes

La asociación del ejercicio físico con beneficios mentales es algo casi intuitivo que todos de alguna forma sabemos: la actividad física nos mantiene de buen humor, mejora nuestras habilidades cognitivas y en general nos mantiene despiertos, espabilados, jóvenes, activos.

Eso incluye distintos aspectos de lo que llamamos la inteligencia, algo difícil de medir y definir que incluye la memoria, las funciones ejecutivas, la capacidad de hacer frente a problemas complejos, la concentración, la capacidad de esfuerzo...

Esto no ocurre solamente en los adultos. En una sociedad que tiende al sedentarimo, es habitual que se recomiende a los niños practicar algún deporte por sus beneficios físicos pero también por sus efectos sobre su vida en un aspecto más amplio: les ayuda a dormir mejor y a mejorar su rendimiento escolar entre otros.

Ya hemos explicado anteriormente cómo hacer ejercicio beneficia a nuestro cerebro de distintas formas. Desde los años 90, distintas investigaciones han demostrado que hacer ejercicio aumenta la producción de factores de crecimiento neuronales, que como su nombre indica favorecen el nacimiento y crecimiento de nuevas neuronas. También que el ejercicio da pie a una mayor plasticidad cerebral, es decir, que el cerebro puede cambiar de forma y a su vez prevenir la pérdida de tejido neuronal.

Beneficios en los niños

Algunos estudios sugieren, además, que en el caso de los niños, el ejercicio físico les ayuda a concentrarse mejor y ser menos impulsivos.

Al pedir a un grupo de niños llevar a cabo tareas cognitivas que requerían gran cantidad de concentración y control de la atención, aquellos que habitualmente realizaban más ejercicio aeróbico las llevaron a cabo con más precisión y muchas veces con un tiempo de reacción más rápido. Otros estudios sugieren que los niños que realizan más actividad física son más aptos y rápidos descartando aquella información que es irrelevante para una tarea.

Otros estudios sugieren también que los niños más en forma tienen un hipocampo (la zona del cerebro asociada a la memoria) más voluminoso, y que muestran una mayor retención de información a largo plazo. En un estudio, varios niños memorizaron un mapa, y todos lo hicieron igual de bien, pero al volver a preguntarles por el mapa al día siguiente, los más activos físicamente lo recordaban mejor.

Buscando evidencias

Estos estudios muestran una correlación, sí, pero eso no siempre significa causalidad. ¿Y si los niños que tienen funciones cerebrales más desarrolladas son también los que más tienden a ser activos físicamente? Hacen falta estudios correctamente diseñados que puedan explicar estos resultados. Y en los últimos años se han realizado varios.

Ejercicio y atención

En un experimento reciente, 40 niños con problemas de atención mostraron un rendimiento mucho mayor después de 20 minutos de ejercicio de intensidad moderada: caminar sobre una cinta.

En otro, se dividió a 56 niños en edad escolar en tres grupos: uno en el que pasarían toda la mañana sentados, otro en el que realizarían 20 minutos de ejercicio físico en medio de una sesión de estudio de 90 minutos y otro en que tendrían dos sesiones de actividad de 20 minutos, una antes y otra al terminar una sesión de estudio de 90 minutos. Los terceros mostraron mejores resultados en cuanto a su capacidad de atención.

Algunos estudios han analizado el efecto de la actividad en niños diagnosticados con TDAH (trastorno de déficit de atención e hiperactividad) y han concluido que la actividad física da a estos niños una especial ventaja, ayudándoles a modificar procesos mentales que pueden dar pie a una mejor disciplina personal y concentración.

Resultados a medio plazo

Estos experimentos han analizado el efecto del ejercicio a medio plazo, y sus resultados sostienen la idea de que los periodos de recreo y actividad física entre clases ayudan a mejorar el rendimiento de muchos alumnos.

Otros estudios han analizado el efecto a medio y largo plazo. Por ejemplo, un estudio realizado con niños con sobrepeso concluyó que apuntarlos a un curso en el que realizaban 40 minutos de ejercicio aeróbico al día mejoraba su función ejecutiva, lo que influye en la concentración, la capacidad de planificación y la resistencia a distracciones.

Otro estudio reciente realizado con más de 220 niños en edad escolar determinó que aquellos que realizaban unos 60 minutos de ejercicio físico diario en actividades extraescolares puntuaban mejor en los tests de concentración y flexibilidad cognitiva, la habilidad de cambiar de una tarea a otra manteniendo la velocidad y la precisión.

Ejercicio y rendimiento escolar

Algunos estudios sugieren que los beneficios de la actividad física llegan hasta las aulas en forma de un mejor rendimiento de los alumnos.

Por ejemplo, uno que determinó que una sesión de 20 minutos de caminata mejoraba los resultados en los tests de lectura, escritura y aritmética. Otro, que los niños que hacían ejercicio durante 10 o 20 minutos antes de un examen de matemáticas obtenían mejores resultados que los niños que se mantenían sedentarios como grupo de control.

En otro estudio utilizando a 64 adolescentes, algunos de ellos fueron asignados a un grupo que recibió cuatro sesiones semanales de actividad física intensa. Tras cuatro meses, estos obtenían mejores notas que los demás. Los adolescentes asignados a un grupo con una actividad física poco intensa no mostraban ninguna mejora respecto al grupo de control, que no hacía ninguna actividad física.

Cómo conseguir que los niños hagan deporte

Aunque la mayoría de los estudios muestran estos efectos positivos del ejercicio sobre la mente también en los niños, sigue haciendo falta más investigación para determinar exactamente cuáles son y cómo se producen. En cualquier caso, una actividad física constante y adaptada a las capacidades de cada uno forma parte de una vida saludable y es aconsejable que los niños se acostumbren desde pequeños a incluirla en su vida cotidiana.

Hay que encontrar el equilibrio entre la motivación y la presión

Para conseguirlo, lo mejor es convertirlo en una parte divertida de su día, dejando que elijan la actividad o deporte que más les guste y evitando convertirlo en una fuente de presión añadida a los estudios. La variedad de actividades físicas a su alcance es tan amplia que es mejor dejar que prueben y se decanten por lo que más satisfacción y diversión les produzca.

Por otro lado, hay que encontrar el equilibrio entre la motivación y la presión: darle el apoyo que necesita para no abandonar un equipo, por ejemplo, en una mala racha pero tampoco supeditar ese apoyo a conseguir victorias.

Fotos | iStock
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