La causa de la depresión puede encontrarse en tu intestino

Parece una broma, pero no lo es. ¿Quién iba a suponer que el órgano de nuestro cuerpo con mayor influencia sobre enfermedades como la depresión o la ansiedad, justo después del cerebro, serían los intestinos? ¿O más bien eso que llamamos las tripas, y que va desde el estómago hasta el recto?

La depresión es todavía una enfermedad con muchas incógnitas en cuanto a sus causas, su tratamiento y su proceso de recuperación, y por eso varios estudios han tratado de analizar en detalle qué es lo que afecta a nuestro cerebro para caer en ese estado. Y algunos de ellos han sugerido la sorprendente conclusión de que la clave (o una de ellas), está en el sistema digestivo.

Nuestro intestino tiene 'su' cerebro

Se llama sistema nervioso enterico (SNE) y es una división del sistema nervioso que se encarga de controlar directamente el sistema digestivo. Se encuentra en las capas de tejido que revisten el esófago, el estómago, el intestino delgado y el colon, y los científicos estudian qué relación tiene este cerebro intestinal con nuestro estado de ánimo y nuestro comportamiento.

Su función principal es controlar la digestión de alimentos, desde el momento de tragar pasando por la liberación de enzimas que ayudan a descomponer la comida en el estómago hasta el control de los flujos sanguíneos que ayudan a absorber los nutrientes útiles y desechar los innecesarios. Durante todo el proceso, se comunica con nuestro cerebro con resultados profundos que aun están por comprender del todo.

Durante mucho tiempo, los científicos han considerado que la ansiedad y la depresión contribuían a provocar problemas como síndrome del colon irritable y patologías intestinales como estreñimiento, diarrea, hinchazón, dolores y molestias estomacales.

Lo que ocurre en nuestras tripas afecta también al cerebro

Ahora, nuevas evidencias muestran que la relación podría ser recíproca, y que lo que ocurre en nuestras tripas afecta también al cerebro, provocando que las personas que padecen cualquiera de esas enfermedades sea también más proclive a sufrir desequilibrios emocionales, depresión y ansiedad.

La microbiota también nos afecta

En el punto de mira de estos estudios también está la microbiota, el conjunto de millones de bacterias que viven en ellas. Cada uno llevamos en nuestro estómago e intestinos unos dos kilos de estos microorganismos.

Aunque su efecto es casi siempre positivo y necesario para el correcto funcionamiento de nuestro cuerpo (ayudan a digerir la comida, eliminan compuestos que podrían resultarnos tóxicos y evitan la proliferación de bacterias peligrosas), también pueden tener repercusión sobre cómo nos sentimos.

Estas son dos formas comprobadas por la ciencia en las que la microbiota afecta a nuestra salud mental.

De la cabeza al estómago, y vuelta

Todos sabemos que nuestro estado mental afecta a nuestras tripas porque lo hemos sentido: cuando estamos muy nerviosos sentimos como si alguien nos las estuviese estrujando, cuando estamos muy disgustados se nos hace imposible comer y uno de los síntomas habituales de la depresión es el estreñimiento.

Quizá no resulte tan intuitivo, pero es igualmente cierto que la misma reacción se da al revés, y que el estado de nuestro tracto digestivo afecta a nuestro estado anímico.

Un equipo de científicos de la Universidad College de Cork, en Irlanda, probó a alimentar a un grupo de ratones con Lactobacillus rhamnosus, un tipo de bacteria probiótica común en los yogures, y a otro grupo con un caldo sin esas bacterias.

Cuando después obligaron a todos los ratones a nadar en aguas profundas, los animales alimentados con probióticos lucharon por mantenerse a flote, mientras que los otros se hundían sin oponer resistencia, indicando la versión ratonil de una depresión. Al situarlos en un entorno desconocido, los primeros se atrevieron más a menudo a salir y explorar que los segundos, que se quedaron atrás buscando consuelo en sus compañeros, una señal de ansiedad.

Otro estudio, llevado a cabo en la Universidad de California Los Angeles, dio a un grupo de mujeres yogures enriquecidos en probióticos dos veces al día durante cuatro semanas; a otro grupo le dio productos lácteos no probióticos y a un tercero, su dieta habitual.

Tras las cuatro semanas, todas pasaron por un escáner para medir su respuesta cerebral, y resultó que el grupo que había consumido yogures probióticos mostraba unos resultados distintos en cuanto a las funciones cerebrales tanto en reposo como en respuesta a una tarea de reconocimiento de emociones.

La microbiota nos cambia la personalidad

En otro estudio, científicos de la Universidad McMaster trabajaron con dos variedades distintas de ratones, elegidas por sus diferentes personalidades: una de ellas era tímida y retraída, y la otra más sociable y atrevida.

Los científicos eliminaron toda la microbiota de ambas variedades dándoles antibióticos, y después les suministraron a cada una las bacterias intestinales de la otra variedad. Y descubrieron que a la vez habían intercambiado sus personalidades: los tímidos ahora eran sociables, y los sociables ahora eran tímidos.

¿Puede una dieta curar la depresión?

No, no puede. Al menos no hay evidencias científicas hasta la fecha de que esto puede ocurrir. Aunque la relación directa entre el sistema digestivo y los desequilibrios emocionales es cada vez más sólidamente reconocida, los expertos advierten de que todavía no se sabe lo suficiente como para establecer un tratamiento.

Sin embargo, sí que hay algunas recomendaciones alimentarias generales para prevenir la depresión. Estas son las 5 claves que determinó un estudio al respecto:

  1. Seguir patrones de dietas tradicionales, como la mediterránea, la noruega o la japonesa.
  2. Aumentar el consumo de frutas, verduras, legumbres, cereales enteros, frutos secos y semillas.
  3. Incluir un alto consumo de alimentos ricos en ácidos grasos poliinsaturados con Omega 3.
  4. Sustituir comidas insanas por alimentos saludables y nutritivos.
  5. Limitar el consumo de alimentos procesados, comida rápida, productos de repostería industrial y dulces.

Este artículo fue originalmente publicado por Rocío Pérez en julio de 2017 y ha sido revisado para su republicación.

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