La competitividad es una característica que se premia en el deporte - y en la vida - pero que se puede llegar a castigar y demonizar cuando resulta demasiado excesiva. Cuando empezamos a realizar un deporte es más que posible que leamos que practicarlo con amigos, con nuestra pareja o formar parte de un grupo pueda ayudarnos ya que la competividad es motivadora.
La duda que nos puede surgir es hasta qué punto es motivadora y en qué momento puede llegar a ser un problema - si es que puede llegar a serlo -. ¿Superan los beneficios de la competitivad a los perjuicios? Y cuáles son esos perjuicios si es que existen.
Las luces y las sombras de la competitividad
La realidad es que, como casi todo, la competitividad puede ser beneficiosa o perjudicial y de lo único que depende esa diferencia es de cómo la enfoquemos. Los altos niveles de competitividad requieren entre otras cosas de: ser inteligente, tener mucha energía personal, poseer creatividad y ser flexibles.
Por supuesto, esto que en principio es algo bueno, si lo utilizamos de forma productiva y sana, puede convertirse en algo negativo si lo utilizamos de una forma que sea dañina, insana y destructiva. Cuando es así, y la competitividad se entiende de forma dañina, puede acabar suponiendo que suframos problemas de ansiedad, perfeccionismo excesivo y poco saludable.
Sin embargo, cuando la competitividad se entiende de una manera productiva, puede mejorar nuestro rendimiento e incluso mejorar nuestro autoestima. De hecho, algunas investigaciones sugieren que presentar un alto nivel de competitividad, cuando parte desde el deseo de superarse a uno mismo - y no de ser mejor que los demás - es un importante indicador de autoestima e incluso puede ayudar a reducir nuestros niveles de ansiedad - especialmente en las mujeres -.
La competitividad en el deporte
En el deporte la situación no parece diferir demasiado. Algunos experimentos han encontrado que la competitividad en las actividades físicas nos ayudan a reaccionar más rápido y mejorar nuestros niveles de atención dentro de esta actividad física. No solo eso, sino que varias investigaciones han relacionado la competitividad con la motivación de logro.
La competitividad es, también, un buen indicador de rendimiento en las personas que practican un deporte. Para que esto ocurra, la competitividad no puede estar orientada a ser mejor que el otro, sino a perseverar, a esforzarse un poco más y no ceder. De hecho, si alguien que hace deporte siente que ya se ha esforzado todo lo que puede una sensación de competencia puede hacer que rinda todavía un poco más.
Entrenarnos en una competencia sana
Este es un dilema que surge especialmente en los niños, pero que se puede extender a nosotros cuando estamos practicando un deporte: ¿puede la competitividad acabar causando problemas? La realidad es que se trata de entender la competitividad de manera no parezca una guerra entre nosotros y los demás.
Una de las bases para que la competitividad no se vuelva tóxica es divertirse. Si dejamos de divertirnos haciendo nuestro deporte de elección por culpa de que estamos demasiado centrados en ser mejores (que los demás) es el momento de parar y plantearnos que no estamos entendiendo la competencia de forma saludable.
Otro punto importante es el alegrarte y disfrutar por las victorias de los demás con lo que compites. Se trata de dar lo mejor que tenemos y superarnos a nosotros mismos estando satisfechos y orgullosos antes nuestras pequeñas victorias aunque otro haga mejores tiempos.
De no ser así, una competitividad tóxica puede acabar no solo causándonos estrés y problemas de perfeccionismo extremo, sino también haciendo que acabemos aborreciendo el deporte que estamos practicando y que queramos dejarlo.
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