En el mundo de la alimentación y el sector de lo saludable, a veces no es fácil distinguir qué cosas tienen una base científica sólida y qué cosas no la tienen y por tanto suponen un gasto innecesario.
Un ejemplo son los tests de intolerancias alimentarias, muy de moda en clínicas privadas, centros de estética e incluso farmacias: pruebas que, por un módico precio, nos dicen supuestamente qué alimentos no nos sientan bien a cada uno y nos ayudan, en teoría, a comer mejor para encontrarnos mejor.
Pero la verdad es que la mayoría de estas pruebas no tienen una base científica, y en muchos casos se mezclan las intolerancias y las alergias en un batiburrillo difícil de sostener en evidencias. Para que sepas exactamente en qué te estás gastando el dinero, te explicamos en qué consisten estas pruebas y por qué es mejor que guardes tu dinero para otra cosa.
Diferencias entre alergia e intolerancia
Lo primero que hay que tener claro es la diferencia entre ambos conceptos, que a veces se mezclan, y terminamos creyendo que somos "alérgicos" a cualquier cosa.
Una alergia es una reacción del sistema inmune hacia una sustancia en principio inocua: el polen, el polvo, determinadas sustancias presentes en los frutos secos o el marisco... En esos casos, nuestras defensas sobrerreaccionan pudiendo llegar a causarnos un shock anafiláctico que ponga en riesgo nuestras vidas.
Tal y como explicaba en este artículo Julio Basulto, muchas personas creen que son alérgicas, pero no lo son: según la Asociación Española de Pediatría, solo entre el 2 y el 5% de los niños padecen una alergia alimentaria, pero si preguntamos a sus padres, serían el 27%. Y en adultos ocurre lo mismo: un 25% cree ser alérgico a algún alimento, pero en realidad la cifra ronda entre el 5 y el 3%.
En cuanto a la intolerancia alimentaria, sería aquella en la que se produce una reacción inversa a un alimento pero sin que entre en escena el sistema inmune en ningún momento: en este caso sería el sistema digestivo el que tendría problemas para procesarlo.
En este caso la clave del asunto está en la generalidad de esas supuestas intolerancias. Si bien mucha gente cree ser intolerante a multitud de alimentos, de hecho solo se consideran científicamente probadas unas pocas: la intolerancia a la lactosa, la hipersensibilidad a los sulfitos (aditivos utilizados en la preservación de carnes, mariscos y frutas secas) y la sensibilidad al gluten no celíaca.
¿En qué consisten los tests de intolerancias?
Tanto las alergias como las intolerancias requieren de una prueba concreta realizada por un especialista para determinar si efectivamente existen y a qué sustancias se deben.
Sin embargo, esos tests tan de moda son a menudo todo lo contrario. Se los conoce como "test IgG de intolerancia alimentaria" o "test de sensibilidad alimentaria" y con ellos se puede, en teoría, analizar con una sola muestra de sangre (aunque también los hay que realizan el mismo test con un solo cabello) la intolerancia a decenas de compuestos y alimentos.
Es importante señalar que, según todas las evidencias e informes de sociedades médicas e instituciones públicas de salud internacionales(aquí, por ejemplo, un informe de la House of Commons británica, y aquí información de la Sociedad Australasiática de Inmunología Clínica y Alergología), no hay base científica que respalde el supuesto mecanismo por el que aseguran funcionar estas pruebas.
Los motivos para desconfiar de ellos
En el caso de España, la Asociación Española de Dietistas-Nutricionistas publicó un documento titulado Los tests de sensibilidad alimentaria no son una herramienta útil para el diagnóstico o el tratamiento de la obesidad u otras enfermedades, en el que subrayaban algunos de los obstáculos más importantes para la consideración seria de estas pruebas:
No han sido validados por métodos científicos rigurosos.
No son fiables ni reproducibles, y muchas veces no se corresponden con los síntomas de los pacientes.
Son caros (se pueden encontrar en internet por entre 30 y 60 euros, pero pueden ser mucho más costosos en clínicas privadas).
Han sido desaconsejados por sociedades y autoridades médicas de todo el mundo.
Los riesgos de los tests de intolerancia
Podríamos pensar que no hay mucho de lo que preocuparse respecto a estos tests, más allá de que quien quiera se gaste el dinero en ello aunque su fiabilidad no esté demostrada. El problema es que sí se han demostrado algunos riesgos asociados a su uso.
Para empezar, Basulto explica que pueden dar lugar a resultados confusos que lleven a la persona que lo ha hecho a adoptar tratamientos dietéticos innecesarios, ineficaces e incluso peligrosos, excluyendo alimentos sin motivo, lo que puede llevar a problemas de desequilibrio nutricional.
Por otro lado, un diagnóstico incompleto o erróneo siempre es un riesgo de retraso en un diagnóstico completo y correcto. Es decir, que si una persona con problemas digestivos acude a realizarse una de estas pruebas y sale de allí pensando que su problema es una intolerancia determinada, puede tardar mucho más en acudir a un médico que le examine a fondo y determine cuál es su verdadero problema.
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