Los desequilibrios en la microbiota intestinal contribuyen a las enfermedades inflamatorias del intestino grueso. Curiosamente, el ejercicio puede mejorar la salud intestinal, pero en general, se sabe poco sobre los mecanismos subyacentes involucrados.
Una reciente revisión publicada en 2017 ha representado un modelo conceptual que ilustra el papel del ejercicio en la diversificación de la microbiota intestinal para mejorar la salud intestinal y sistémica.
Aclarando algunos términos antes de continuar
Para que algunos conceptos no suenen a “chino” durante el artículo y sepamos qué significan o a qué se refieren, además de poder consultarlos si se nos olvidan, quedan aquí definidos previamente:
- Simbiosis: asociación íntima de organismos de especies diferentes para beneficiarse mutuamente en su desarrollo vital.
- Disbiosis: alteraciones de la microbiota intestinal y la respuesta adversa del hospedero a estos cambios.
- Microbioma: conjunto formado por los microorganismos, genes y metabolitos del cuerpo humano (tracto gastrointestinal, genitourinario, tracto respiratorio y piel).
- Hospedador, huésped, hospedero: aquel organismo que alberga a otro en su interior o que lo porta sobre sí, ya sea en una simbiosis de parasitismo, comensalismo o mutualismo.
- Células B: tipo de glóbulo blanco que elabora anticuerpos. Las células B son parte del sistema inmunitario que se forman a partir de las células madre en la médula ósea. También se llama linfocito B.
- Patógeno: todo agente biológico externo que se aloja en un ente biológico determinado, dañando de alguna manera su anatomía, a partir de enfermedades o daños visibles o no.
- Factor de necrosis tumoral (TNF–α): miembro de un grupo de citocinas que estimulan la fase aguda de la reacción inflamatoria.
- Linfocitos: tipo de leucocito o glóbulo blanco que se encuentra presente en la sangre como parte del grupo de células que conforman el sistema inmunológico, ejerciendo funciones de defensa del organismo.
- Butirato: sustrato energético del epitelio del colon que regula múltiples procesos celulares, habiéndose descrito como un posible agente terapéutico frente al cáncer colorrectal.
El microbioma humano: los microbios (microorganismos) son una parte fundamental de nuestra vida
Los seres humanos tenemos 10 veces más microbios en nuestro organismo que células. Dichos seres vivos han convivido con nuestro cuerpo a lo largo de la evolución y son absolutamente fundamentales para la vida y la salud humana.
Los seres humanos viven en simbiosis con grupos de microbios en diversas partes del cuerpo que van desde la piel, el intestino, la cavidad oral, la vagina y otras áreas expuestas al medio ambiente.
Esta comunidad puede pesar hasta dos kilogramos y está compuesta por aproximadamente 100 trillones de microorganismos, incluidas 1000 especies diferentes de bacterias conocidas con más de tres millones de genes.
Estas comunidades bacterianas son componentes primarios del microbioma que abarca el potencial genético completo de una población bacteriana, así como los productos de la microbiota y el ambiente del hospedador.
La microbiota intestinal y sus funciones: el intestino es un sitio clave
La microbiota intestinal es la comunidad de microorganismos vivos residentes en el tubo digestivo.
Dicho de una forma simple, la microbiota intestinal es el conjunto de bacterias que vive de manera habitual en el intestino de los seres humanos y de muchos animales.
La mayoría de este conjunto de bacterias no son dañinas para la salud, y muchas son beneficiosas participando en numerosos procesos fisiológicos, participando de manera principal en múltiples funciones del organismo.
Es más, la microbiota intestinal ha pasado de considerarse un comensal acompañante, a considerarse un “órgano metabólico”, con funciones en la nutrición, la regulación de la inmunidad y la inflamación sistémica.
La mayoría de la microbiota se alberga en el intestino grueso y se somete a etapas durante el ciclo de vida del huésped, siendo el tiempo más dinámico el de la infancia.
Se reconoce que un tercio de nuestra microbiota intestinal es común a la mayoría de los humanos, mientras que los otros dos tercios son específicos del individuo.
Como resultado, la microbiota puede proporcionar una identidad personal. Sin embargo, luego se vuelve difícil definir una microbiota saludable.
A pesar de esto, en general se acepta que las características de una microbiota saludable incluyen la estabilidad de la comunidad y una mayor diversidad de especies.
El equilibrio en el intestino regula la cosecha de energía de la dieta, así como el metabolismo de los productos químicos microbianos y derivados del huésped.
El intestino también juega un papel clave en la modulación inmune porque el 70% de los componentes celulares de todo el sistema inmune se encuentran en este sitio.
Asimismo, todas las partes del sistema inmune intestinal están influenciadas por la microbiota, desde la maduración de las células B y el desarrollo del sistema inmune de la mucosa intestinal hasta la prevención de la intrusión de patógenos.
Factores que contribuyen a los cambios en la microbiota intestinal
Cualquier perturbación en la microbiota puede interrumpir la homeostasis intestinal. Como tal, la acumulación de evidencia sugiere que el desequilibrio entre la abundancia de organismos beneficiosos y perjudiciales (disbiosis) contribuye al desarrollo de enfermedades crónicas como la obesidad, la diabetes tipo 2, la enfermedad inflamatoria intestinal y el cáncer.
Se cree que la occidentalización de la sociedad, el aumento de la higiene, los cambios en la dieta, la reducción de la actividad física y el aumento en el uso de antibióticos han contribuido a los cambios en la microbiota intestinal.
El ejercicio aumenta y mejora la diversidad microbiana y reduce la cantidad de bacterias patógenas, entre otros aspectos
Alternativamente, se ha demostrado que tanto la dieta como el ejercicio parecen modular la expresión de proteínas clave implicadas en el mantenimiento de la integridad de la membrana epitelial a través de uniones estrechas, así como implicadas en el estado inflamatorio del intestino.
Por lo tanto, el contribuyente más común a los cambios microbianos es el comportamiento humano, a través de la dieta y el ejercicio.
En cuanto al ejercicio, se sabe que éste ejerce un papel beneficioso en la homeostasis y la regulación de la energía, y la evidencia reciente sugiere que esto puede ser a través del aumento de la diversidad microbiana.
A su vez, se ha demostrado que el ejercicio puede mejorar la diversidad microbiana en presencia de una dieta alta en grasas, previniendo el aumento de peso y mejorando la composición corporal como lo indica la disminución de la masa grasa.
Sin embargo, los efectos del ejercicio no se limitan al aumento de la diversidad. También se sabe que el ejercicio reduce los mediadores inflamatorios, aumenta las enzimas antioxidantes y disminuye la expresión del factor de necrosis tumoral (TNF-α) en los linfocitos intestinales.
Además, el ejercicio puede evitar cambios morfológicos en las vellosidades intestinales, regular las proteínas de unión firme y aumentar la producción de butirato.
El ejercicio representa una piedra angular en la prevención primaria de al menos 35 enfermedades crónicas.
Durante las últimas dos décadas se ha acumulado un conocimiento considerable sobre la importancia del ejercicio como el tratamiento de primera línea de varias enfermedades crónicas.
Pocos factores ambientales, fuera de la dieta, ejercen una influencia en una variedad de factores fisiológicos como el ejercicio lo hace.
A su vez, aunque la mayoría de las preguntas experimentales se han centrado en cómo el ejercicio influye en la microbiota, es interesante observar que el rendimiento del ejercicio está fuertemente influenciado por la microbiota misma y, en mayor grado, por una que parece ser diversa y libre de bacterias patógenas.
Sí, el ejercicio produce una microbiota más diversa y parece reducir las comunidades de bacterias patógenas, incrementando las buenas comunidades.
Esto representa un ciclo mediante el cual el ejercicio manifiesta una microbiota que mejora la colonización de más bacterias promotoras de la salud, reduce la carga de bacterias patógenas y mejora el rendimiento en el ejercicio.
Además, la mayor diversidad y disminución de especies patógenas también representa una microbiota que se asocia con un riesgo reducido de obesidad y diabetes tipo 2, sugiriendo una vez más que otro mecanismo mediante el cual el ejercicio reduce el riesgo de enfermedad es a través de cambios beneficiosos en la microbiota.
La acumulación de evidencia parece sugerir que el ejercicio puede reducir la inflamación del intestino.
Los estudios han señalado que el ejercicio puede aumentar las enzimas antioxidantes, las citoquinas antiinflamatorias y las proteínas antiapoptóticas (proteínas que interviene controlando los mecanismos de muerte celular con actividad anti-muerte celular) en los linfocitos intestinales.
También se ha observado, como comenté anteriormente, que el ejercicio disminuye el factor de necrosis tumoral (TNF-α) y otras citoquinas proinflamatorias, lo que apoya que el ejercicio puede modular la respuesta inmune intestinal.
Cada vez conocemos más, pero es necesario seguir investigando
El modelo conceptual propuesto es un trabajo en progreso, y se deben entender muchos mecanismos para establecer conexiones firmes entre los cambios en el microbioma y los resultados fisiológicos.
Lo que sí es seguro es que:
- El ejercicio aumenta la diversidad microbiana independientemente de la dieta.
- Las alteraciones de la microbiota como resultado del ejercicio son más sustanciales en las etapas anteriores de la vida (sobre todo en la infancia) en comparación con las etapas posteriores de la misma.
- La capacidad de ejercicio puede verse influenciada por la presencia de una microbiota diversa.
- Las dietas altas en grasa aumentan la inflamación intestinal, pudiendo el ejercicio reducir esta inflamación y mejorar la integridad del epitelio intestinal.
El poder del ejercicio es increíble, y una vez más se muestra que el ejercicio es absolutamente imprescindible en nuestras vidas, que no te quepa la menor duda.
Este artículo fue originalmente publicado por Manu Herrera en noviembre de 2017 y ha sido revisado para su republicación.
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