Salivamos cuando vemos un alimento que nos gusta y sentimos ganas irrefrenables de comérnoslo, ¿por qué?
Imagina que mañana vas a pasar el día en la playa. Llegas por la mañana, tomas un rato el sol, te das un chapuzón y tu cuerpo te manda una señal de hambre a las 14.30h. Vas al chiringuito, comes bien y abundante y regresas a echar la siesta debajo de tu sombrilla. Después de unos 20 minutos de siesta, te levantas y justo pasa por delante alguien vendiendo unos gofres con chocolate y con una bola de helado. Hace nada que has comido, pero notas que vuelve a entrarte hambre. Boticaria García define esta sensación como hambre ambiental.
Hambre ambiental: uno de los cinco tipos de hambre que nos hacen comer más y peor
Boticaria García describe en su último libro 'Tu cerebro tiene hambre: 5 grandes cambios que te ayudarán a perder grasa y ganar salud' cómo funciona el hambre. Cuando hablamos de hambre, la divulgadora diferencia entre cinco tipos: fisiológica, emocional, ambiental, hormonal y Dragon Khan.
El hambre fisiológica es el hambre real que sentimos cuando nuestro cuerpo tiene baja energía y necesita que le hagamos llegar nutrientes. Si el sistema del hambre está bien regulado, comeremos únicamente cuando ese hambre fisiológica envíe la señal al cerebro para obligarnos a comer para "evitar morir sin alimento".
Sin embargo, ese escenario no ocurre y se dan otros procesos por los que nuestro cuerpo demanda alimento, a pesar de haber comido hace poco y no necesitar energía. Uno de esos tipos de hambre es el ambiental que se puede resumir en el hambre del tipo 'culo veo, culo quiero'.
Hambre ambiental y dopamina
La dopamina es el neurotransmisor culpable de querer comernos algo cuando lo vemos, aunque no tuviéramos hambre unos segundos antes. Este neurotransmisor se encarga del placer y la recompensa y está detrás de ese gusto que nos da comernos un dulce que nos apasiona o cualquier alimento que esté entre tus favoritos.
Marián García describe a la dopamina en su libro como la reina del deseo y de la motivación para hacer algo que nos será reconfortante. La dopamina se libera cuando nos dan un like en Instagram o cuando le damos un bocado a ese gofre con chocolate y helado que hemos visto en la playa.
Anticiparnos a ese placer hace que cuando veamos algo se nos haga la boca agua y queramos comérnoslo sin que realmente tengamos un hambre fisiológica. Una persona sin obesidad puede controlar en más o menos medida esa sensación, pero el desafío es mayor en personas con obesidad.
Más deseo y menos placer al comernos ese gofre
Las personas con obesidad presentan algunas alteraciones en el deseo y el placer de cara a los alimentos. La razón es que esa dopamina que nos hace salivar a todos cual perro de Pavlov al ver un gofre con chocolate, a las personas con obesidad les genera unas ansias irrefrenables.
Una desregulación de la dopamina es la causante de una falta de control que genera esa lucha entre saber que no deben comérselo y el acto final de hacerlo. A esa falta de control se le suma el placer menos cuando lo ingieren, por lo que en lugar de tomarse uno puede que se tome tres para obtener ese mismo placer que otra persona tendría con uno.
Las personas con obesidad liberan menos dopamina y tienen menos receptores disponibles para ella, por lo que les cuesta más controlar sus impulsos y comen más para obtener el mismo placer que otras personas sin ese desajuste en la dopamina.
Mensaje para reflexionar cuando nos entre hambre por ver un alimento que nos gusta
Es bastante probable que hayas salivado y te hayan entrado ganas de un gofre al ver las imágenes del artículo, si es que te gusta este alimento, claro. El hambre ambiental aparece cuando vemos algún alimento que nos gusta. En ese momento nuestro sistema de placer y recompensa se adelanta a lo que sentirá cuando lo comamos, y eso hace que nos cueste resistirnos, aunque el hambre no sea fisiológica.
En las personas con obesidad el hambre ambiental aparece con más fuerza porque ese sistema de recompensa les hace que no puedan controlarse, y además comerán más para obtener placer porque su sistema de recompensa está también desregulado.
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Imágenes | Syed Maaz (Unsplash), Chris Panas (Unsplash)
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