Siempre es interesante descubrir de dónde vienen los mitos que todos asumimos como ciertos pero que un día, gracias a la ciencia basada en evidencias, descubrimos que no lo son.
Algo así ocurre con la idea de que el desayuno es la comida más importante del día y que saltárselo o no desayunar lo suficiente es malo para la salud. Múltiples estudios, así como nutricionistas de todo el mundo, apuntan a que esto no es verdad. No desayunar no tiene efectos perjudiciales para la salud, y sus beneficios dependerán de lo sana que sea la comida que desayunes. A la hora de cuidarse, cuenta más que tu alimentación cotidiana sea saludable que desayunar o no desayunar.
¿Cómo se extendió la idea de que el desayuno es "la comida más importante del día"? Abigail Carroll, autora de Three Squares: The Invention of the American Meal cuenta en The Guardian que todo fue obra de un puñado de fanáticos religiosos, la industria de los cereales y la del bacon.
Se desayunaba lo que hubiese a mano
Históricamente, cuenta, ni el desayuno era una comida especialmente considerada ni había una serie de alimentos propios del desayuno. La gente simplemente comía lo que tenía a mano, que muchas veces eran restos del día anterior.
En el siglo XIX, era habitual que en las granjas se desayunasen huevos y bacon. Las gallinas ponen los huevos por las mañanas y cocinarlos es fácil y rápido. El bacon es carne curada que está lista para preparar en cualquier momento. Poca gente tendría el tiempo o las ganas de matar un pollo o un conejo, pero el bacon ya estaba a mano.
Los adventistas del Séptimo Día
A finales del siglo XIX llegó la revolución industrial y la gente se fue del campo a las ciudades, donde hacían trabajos que implicaban estar horas de pie o sentados en el mismo sitio. Surgió una nueva preocupación por las indigestiones. Los pesados desayunos de los granjeros se consideraron la causa de esas indigestiones y se impuso una versión del desayuno más ligera.
En este panorama surgió la corriente religiosa de los adventistas del Séptimo Día, que impulsaban dentro de su doctrina una alimentación vegetariana, más ligera, como parte de su impulso hacia una vida más frugal y abnegada, y también como método de evitar el peor de los pecados: la masturbación. Uno de los cereales de desayuno más famosos del mundo, los Kelloggs, surgieron dentro de esta religión.
La moralidad del desayuno
Esto sirvió además para introducir un aspecto moral en la alimentación: los juicios morales no se reservaban ya solo para la religión o la salud, también afectaba al ideal de trabajo duro. Desayunar ligero era "mejor" porque te ayudaba a trabajar duro y por tanto a ser una persona mejor.
Fue entonces cuando nació el mito de que un desayuno ligero pero nutritivo es lo mejor para la salud. En los años 40 dos sucesos coincidieron para mantener a los cereales como el centro de ese mito: por un lado, se descubrió la importancia de las vitaminas y minerales, y los cereales se convirtieron en abanderados de estos nutrientes; por otro, las mujeres se estaban incorporando al mercado de trabajo y necesitaban sustituir los elaborados desayunos caseros por algo rápido y nutritivo para sus familias. Los cereales eran la respuesta.
La idea estaba creada e implantada. Hacía falta un último impulso que la regase. Y eso llegó de la mano del bacon, de nuevo.
El bacon y sus beneficios "científicos"
Tras el protagonismo perdido ante los cereales, un publicista al servicio de la industria del bacon y la carne de cerdo se propuso volver a situar en el escenario el tradicional desayuno de huevos con bacon. Así que convenció a un científico para que asegurase en una carta que un desayuno más pesado y rico en proteínas, como el de los huevos con bacon, era más sano que uno ligero basado en cereales.
Envió sus declaraciones a unos 5.000 médicos pidiendo su firma como respaldo, y luego lo envió todo a varios periódicos haciéndolo pasar por un estudio científico. Esto renovó el protagonismo de este tipo de desayunos, a la vez que reforzaba la idea de que el desayuno está especialmente ligado a la salud.
Ese aspecto moral del desayuno ha llegado a nuestros días casi intacto: juzgamos más duramente lo que desayunan los demás que lo que comen o cenan. Y todo se lo debemos a intereses, no a evidencias científicas.
Este artículo fue originalmente publicado por Rocío Pérez en Octubre de 2017 y ha sido revisado para su republicación.
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