"Testado científicamente", "Bueno para la salud de tu ADN", "Mejor para el corazón"... las afirmaciones con carácter científico, sean correctas o no, son muchas y variadas. También pueden condicionarnos.
Así lo muestran los estudios científicos. En especial aquellas que nos dan indicaciones de salud, nos condicionan especialmente a comprar un alimento en vez de otro. ¿Estamos eligiendo nuestra dieta según la publicidad? Sin lugar a dudas.
Las "declaraciones científicas" deciden qué compras
Las declaraciones médicas o científicas, más conocidas como health claims, influyen muchísimo en la manera que tenemos de valorar un alimento. Así lo comprueban varios estudios, entre los que destaca un metaanálisis que analiza varias investigaciones al respecto (directas o indirectas). ¿Y qué dice el estudio?
Esta investigación detalla los resultados obtenidos en otros estudios y determina el peso que tienen a nivel científico. Los estudios analizados son de diverso tipo y observan cómo afecta a nuestra percepción este tipo de declaraciones, tanto en experimentos controlados como en análisis "de campo", sobre productos reales.
Los resultados, indican los autores, comprueban que, en el laboratorio, la percepción de un producto mejora claramente con respecto a su homólogo idéntico si este lleva health claims. En los análisis de consumo este efecto es un poco menor, estadísticamente hablando, pero también existe.
Esto, reflejan los estudios de comportamiento, se manifiesta en la decisión de compra de un producto en detrimento de otro. En otras palabras: sí, un health claim ayuda a que elijamos un producto concreto en vez de otro. Pero eso no quiere decir que lo que estemos comprando sea la mejor opción, por descontado.
El truco de la jerga científica
Un experto en esta materia es el Catedrático de Bioquímica y divulgador científico José Manuel López Nicolás. En su blog, Scientia, ha tratado muy concienzudamente el tema del etiquetado y nuestra percepción. Entre sus posturas manifiestas está la denuncia a un etiquetado pseudocientífico que emplea la jerga técnica para enmascarar la intención comercial.
Este divulgador ha explicado en numerosas ocasiones cómo los consumidores nos enfrentamos a un lenguaje, circunscrito a estas health claims, que resulta ofuscante y engañoso. Esto es, que no queda claro, por su dificultad técnica, y aparenta mostrar unos beneficios que no tiene, en realidad. Entre los ejemplos claros están los alimentos probióticos, el resveratrol, los complejos vitamínicos y hasta las bebidas energéticas.
En muchas ocasiones, estos beneficios se adhieren a pequeñas lagunas legislativas en las cuales, según la normativa, pueden afirmar cosas como "mejora tu salud", "ayuda a tus defensas", "mejora tu memoria". Pero que lo puedan afirmar no quiere decir que lo puedan hacer. ¿Nos están mintiendo estas empresas sin que nadie haga nada? Sí y no.
La ley deformada a mi medida
Veamos un ejemplo con la L-carnitina o los probióticos. Si recordamos sobre la L-carnitina, esta sustancia media en el transporte de los ácidos grasos hasta el interior mitocondrial. En este proceso "consumen" moléculas como los ácidos grasos y los convierten en energía. En el caso de los probióticos, estos son productos que portan agente bacterianos propios de la microbiota intestinal normal.
Según el reglamento UE 432/2012, simplemente con añadir el 15% de la Cantidad Diaria Recomendada (CDR) de una vitamina o un mineral determinado asociado a una propiedad saludable permite asociar al producto una health claim. Esto da pie a que la marca asocie a un producto unas consecuencias buenas para la salud porque, de forma natural, parte de los productos que lleva lo están.
Así, una bebida energética, si llevara un 15% de la CDR de L-carnitina, podría decir, legalmente, que ayuda al "correcto funcionamiento energético y metabólico del cuerpo". Otro ejemplo más claro es el de los lácteos probióticos, los cuales permiten decir cosas como que "ayudan al sistema inmunitario" pero no tienen nada que ver con su agentes probióticos, que no han demostrado ser eficaces para nada, sino por la presencia de la vitamina B6.
El problema, como ha resaltado innumerables veces López Nicolás, está en una normativa laxa, muy poco clara y, además, muy indulgente con su infracción. Esto es aprovechado por la industria para vendernos productos usando estos health claims asociados a elementos nutricionales que, además, encontramos de forma natural en cualquier otro producto, pero ligándolos mediante el subterfugio a conceptos y tecnicismos que nos dan a entender, falsamente, que las propiedades de un producto son más beneficiosas que otras.
La etiqueta me confunde
El problema del etiquetado es mucho más profundo de lo que imaginamos y no solo afecta a las health claims, aunque especialmente a este tema. Aprovechando el trabajo realizado por López Nicolás, vemos otro ejemplo en el tema de los alimentos "eco". Como ya explicamos en su momento, la catalogación de "eco", "ecológico" y "bio" obedece, en España, a una mera cuestión de normativa.
A pesar de que no existen evidencias científicas de que los productos ecológicos sean más saludables que los "no ecológicos", la gente prefiere de manera casi sistemática los que tienen este sello antes que los que son convencionales. Ni siquiera podemos decir que los productos ecológicos sean más ecológicos que algunos convencionales, al menos de forma categórica y generalizada.
Y, a pesar de todo... El problema está claro. La batalla, en el caso del etiquetado, la lleva ganando la industria alimentaria desde siempre. El consumidor y la legislación van siempre un paso por detrás. Poco a poco va creciendo el conocimiento entre la población de estas medidas y sus consecuencias.
La gente quiere saber qué come pero, más importante, quiere saber por qué. Esto es importante. Mientras un eslogan en el envoltorio de un producto continúe condicionando que compramos y qué no, será imprescindible continuar luchando por hacer que el consumidor se plantee dos veces por qué está esa frase en la etiqueta.
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