El experto en nutrición Aitor Sánchez, autor del blog Mi dieta cojea, explicaba hace tiempo en un post varios motivos por los que, en temas de nutrición, nadie parece ponerse de acuerdo: algunos expertos están poco actualizados en los últimos avances científicos de las materias que tratan, existen conflictos de intereses que generan sesgos en muchos profesionales, hay personas con puntos de vista extremistas y fanáticos...
Pero en otros casos, el motivo de las aparentes contradicciones son honestas discrepancias entre distintas posturas: "Afortunadamente, también tenemos debates necesarios y sanos con ciertos alimentos. Lo que debe ser normal en una disciplina científica con madurez. Suelen ser campos de batalla en los que se va sumando la evidencia hacia un lado u otro".
¿Cuáles son esos campos de batalla, en los que has podido leer una postura bien fundamentada, y al día siguiente la contraria igualmente basada en argumentos sólidos? Hagamos un repaso por esas guerras nutricionales.
Qué es mejor, ¿menos carbohidratos o menos grasas?
Durante décadas, las grasas han sido el enemigo a evitar para aquellas personas que querían adelgazar, así como para las que debían cuidar su salud cardiovascular. Especialmente las grasas saturadas de origen animal, por su tendencia elevar los niveles de colesterol y de acumularse en las venas y arterias, elevando el riesgo de trombos, infartos y otras enfermedades cardiovasculares.
Pero en los últimos años, el foco ha ido girando para apuntar directamente a los carbohidratos, especialmente a aquellos procedentes de azúcares y cereales refinados por su relación con problemas como la obesidad, la diabetes y otras enfermedades cardiovasculares: estos carbohidratos se convierten muy fácilmente en glucosa, que se acumula en el cuerpo aumentando el riesgo de padecer obesidad y diabetes, ambos a su vez factores de riesgo de problemas cardiovasculares.
La cuestión no está completamente resuelta aún. Algunos estudios sugieren que las personas que comen muy pocas grasas de hecho tienen una mortalidad más alta, y uno de los últimos estudios importantes al respecto, publicado en la re vista The Lancet este pasado verano, trataba de determinar la relación entre lo que comemos y la mortalidad, y concluía que mucha gente podría beneficiarse no de una reducción de las grasas, sino de los carbohidratos que ingiere.
¿Son mejores los alimentos ecológicos?
Es una de las últimas tendencias en alimentación: comprar solamente alimentos producidos de forma ecológica y orgánica, bajo la premisa de que son más sabrosos y más sanos. Detrás de esto hay mucho de marketing, pero ¿hay también algo de científico o no?
Aquí hay que andar con cuidado porque muchos estudios están financiados por organizaciones ecologistas o de alguna forma defensoras de la agricultura ecológica como concepto más relacionado con la ética que con la ciencia y la nutrición, lo cual puede introducir un sesgo en los resultados.
Por ejemplo, un estudio publicado en la Britsh Journal of Nutrition, tras revisar más de 300 estudios previos, concluía que los alimentos ecológicos parecen contener mayor proporción de antioxidantes, y que la leche y la carne de ganadería ecológica contiene mayores índices de ácidos grasos Omega 3, beneficiosos para el corazón. El estudio no estuvo exento de críticas precisamente por haberse financiado en parte con fondos de una organización benéfica británica defensora de la agricultura ecológica.
En frente se encuentra otro estudio, publicado en la Revista Americana de Nutrición Clínica que, tras revisar artículos publicados durante 50 años, concluyó que no hay evidencias de que los alimentos orgánicos sean de alguna forma mejores que los no ecológicos.
La dieta paleo, ¿es buena o es mala?
La dieta paleo ha ganado mucha ama en los últimos años. Esta dieta postula que uno de los motivos por los que engordamos y enfermamos hoy en día es porque hemos añadido a nuestra alimentación muchos productos que nuestro cuerpo no está preparado para procesar y que para evitarlo lo mejor es tratar de comer solo aquello que nuestros ancestros tenían a su alcance: frutas, verduras, carnes, aves y pescados, principalmente.
Eso significa evitar cualquier alimento procesado prácticamente en cualquier medida, desde los platos precocinados hasta la leche, el aceite de oliva o los cereales. ¿Tiene esto realmente beneficios para el cuerpo?
Sí, y no. Por un lado, evitar los alimentos altamente procesados es beneficioso porque en ellos se encuentran gran parte de los azúcares añadidos y grasas y carbohidratos de baja calidad de los que es mejor prescindir. Hasta ahí, la dieta paleo puede suponer una mejora en nuestra alimentación.
Pero por otro lado, extender esa prohibición a cualquier alimento que no estuviese al alcance del ser humano hace miles de años es una postura innecesariamente extrema: muchos seres humanos tienen la capacidad de procesar perfectamente la leche y los lácteos, aprovechando sus propiedades nutricionales, los cereales integrales suponen un aporte de fibra y minerales muy beneficiosa, el aceite de oliva también aporta ácidos grasos buenos para el cuerpo...
Alimentos calóricos que se han redimido
La guerra contra las calorías ha sido el norte que ha guiado muchas decisiones nutricionales durante décadas. Todo empezó cuando la doctora Lulu Hunt Peters publicó su libro Diet & Health: With Key to the Calories en el que explicaba, con la vista puesta en las mujeres estadounidenses, cómo adelgazar contando calorías.
Pero tras décadas demonizando las calorías, ahora estamos empezando a aceptar que no todas las calorías son iguales, y que algunos alimentos con un alto contenido calórico son de hecho muy beneficiosos para la salud.
Un ejemplo son los frutos secos. Nueces, almendras, avellanas y otros tantos han sido desde hace años apartados de las dietas de cualquiera que quisiese adelgazar. Sin embargo, desde hace poco aumentar el consumo de frutos secos es una recomendación de la Organización Mundial de la Salud para llevar una vida sana. Eso sí, elígelos bien.
No es el único: el aguacate comparte este devenir que han tenido recientemente los frutos secos. Esta fruta es densamente calórica, con aproximadamente 30 gramos de grasa por pieza. Pero hay que tener en cuenta que en su mayoría son ácidos grasos monoinsaturados Omega 3, que ayudan a controlar el colesterol en la sangre y son buenos para el corazón. Esto hace, además, que nos sintamos saciados, lo que nos ayuda a comer menos, en muchos casos ayudándonos a adelgazar.
Las intolerancias a la leche o al gluten
Puestos a echarle a algo la culpa de nuestro malestar o de nuestros kilos de más, ¿por qué no crear un enemigo perfecto? Ese papel se lo ha llevado últimamente el gluten, una proteína presente en la harina del trigo que ayuda a dar consistencia a los alimentos que se preparan con ella y que supone un problema para todas aquellas personas celíacas o intolerantes al gluten.
El problema es que se ha extendido la aversión al gluten más allá de esos casos concretos, convirtiéndolo en culpable de cualquier malestar digestivo sin explicación, y recomendando su eliminación para delgazar, cuando lo cierto es que no hay evidencias de que el gluten cause ningún perjuicio a las personas que no padecen intolerancia.
Algo similar ocurre con la lactosa. Algunas personas no deben consumir leche de vaca con lactosa porque son intolerantes o porque padecen alergia a la proteína de la leche de vaca. Algunas corrientes nutricionales aseguran que en realidad ninguno deberíamos tomar leche una vez que llegamos a la edad adulta, algo que de hecho no ocurre en ninguna otra especie de mamíferos.
Pero los que defienden esta postura olvidan que muchos humanos adultos presentan una adaptación evolutiva para poder beber leche y aprovechar sus nutrientes: se trata de la habilidad para producir lactasa, la hormona que ayuda a procesar la lactosa de la leche, durante toda la vida y no solo en la primera infancia. Es decir, que aunque para muchas personas beber leche si supone un problema de salud, para otras no lo es en absoluto, y por tanto para ellas beber leche es una opción alimenticia más que no repercute negativamente en su salud.
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