La "maldición de los celtas" o rosácea es una enfermedad que afecta hasta un 10% de la población, especialmente a mujeres. A pesar de lo relativamente común que es, sabemos muy poco de sus orígenes.
A día de hoy, casi todos los tratamientos se basan en la experiencia empírica, y esto puede no tener los resultados que se esperan en el tiempo que se espera. ¿Qué sabemos de esta extraña enfermedad? Vamos a verlo.
¿Qué es la rosácea y por qué pasa?
Se denomina rosácea a una enfermedad inflamatoria crónica de la piel que afecta los vasos sanguíneos y las unidades sebáceas, que segregan grasa, que tenemos en la parte central de la cara. Normalmente, se manifiesta en las mejillas, nariz, frente y mentón con un rubor frecuente y un enrojecimiento conocido como eritema. Estos pueden ser transitorios o permanentes.
Además del rubor, también aparecen telangiectasias o arañas vasculares, que se aprecian como ramificaciones de los vasos, pápulas y pústulas que se incrementan en ocasiones de manera crónica. Cuando la enfermedad evoluciona, sin haber recibido tratamiento, pueden desarrollarse otras alteraciones que afectan a la piel, a los vasos sanguíneos y hasta el ojo. En algunas ocasiones, la rosácea puede confundirse con el acné, pero no tienen el mismo cuadro ni afectan de la misma manera.
Según la National Rosacea Society, existen cuatro subtipos de rosácea. El eritemato-telangiectática se manifiesta con un rubor frecuente y coloración rojiza permanente. Su marca característica son estas "arañas vasculares" de las que hablábamos. La rosácea papulopustular muestra, además, granos enrojecidos, o pápulas, que pueden contener pus, pústulas. La fimatosa se presenta con un engrosamiento de la piel y nódulos superficiales irregulares. Puede afectar a nariz, mentón, frente, mejillas y orejas. La rosácea ocular suele conllevar una sensación de "cuerpo extraño" en los ojos, con picazón y ardor. Además, se observan ojos y párpados enrojecidos, secos e irritados, cierto grado de fotosensibilidad y visión borrosa y orzuelos frecuentes, entre otras cosas.
¿Y por qué ocurre? Aquí es donde entramos en un berenjenal bueno. En realidad, nadie lo sabe. No tenemos claro el mecanismo o la razón. Confundimos consecuencias con causas y no distinguimos bien la evolución. Como veremos más adelante, existen muchas razones para que esta sea una enfermedad tan confusa.
La rosácea y su relación con otras enfermedades
Insistimos de nuevo: no tenemos claro el origen de la rosácea. Se han observado, sin embargo, algunas cuestiones comunes y la relación con otras enfermedades que podrían indicar el camino hacia su entendimiento. Por ejemplo, sabemos que las personas con rosácea muestran anormalidades vasculares, con más vasodilatación y una respuesta inmunitaria en el proceso. ¿Pero son esto origen o consecuencias? En cuanto a las enfermedades asociadas, vemos un cuadro que se complica.
Por ejemplo, sabemos que el 65% de las personas que padecen rosácea también muestran algún grado de depresión. Si no, también se asocia la enfermedad con algún problema de autoestima, tendencia al aislamiento y otros de corte psicológico. De nuevo, ¿estamos ante una consecuencia o a un carácter asociado al origen? Igualmente intrigante es su relación con las enfermedades intestinales.
Las personas con rosácea presentan una mayor prevalencia de enfermedades como la celíaca, la enfermedad de Crohn, la colitis ulcerosa, el síndrome del intestino irritable, el sobrecrecimiento bacteriano intestinal y la infección por Helicobacter pylori. ¿Existe alguna relación entre el sistema inmunitario y la manifestación de la rosácea?
Otro aspecto importante es que la rosácea parece empeorar ante el sol y otros agentes que pueden afectar a la piel. Para terminar, también tenemos claro que existe una relación entre la alimentación y la rosácea. Así, alimentos como el queso, el chocolate, los lácteos, el alcohol... pueden desencadenar o empeorar sus manifestaciones. ¿Por qué razón o cómo? Tampoco lo tenemos claro, aunque no podemos evitar recordar la relación tan similar que ocurre con la migraña y estos alimentos. ¿Tendrá algo que ver?
Tratamiento y prevención
Por desgracia, la rosácea es una enfermedad que todavía no tiene cura. Lo único que podemos hacer, por lo tanto, es tratar de prevenirla y mitigar sus efectos más adversos. Para su prevención, la aproximación más común consiste en evitar los factores desencadenantes. Casi todo lo que se hace ante la enfermedad se basa en el conocimiento empírico ante la misma.
Para tratar de rebajar sus manifestaciones, a veces, se usan fármacos como el metronidazol, el ácido azelaico, la ivermectina o tratamientos sistémicos por vía oral, como antibióticos o isotretinoína. El objetivo de estos es suprimir las lesiones inflamatorias, las infecciones o controlar el eritema. En algunos casos, las arañas vasculares y las complicaciones fimatosas pueden ser tratadas por láser. Entre las líneas generales de tratamiento, todos incluyen medidas generales para evitar los factores desencadenantes.
Por ejemplo, se aconseja evitar el sol y usar bloqueador solar diario con SPF de 30 o más, de amplio espectro, contra el conjunto de la radiación solar. También se aconseja evitar el calor y esfuerzo prolongado, ambientes con temperaturas cálidas o extremas, especialmente si son húmedas. Por supuesto, no se recomiendan los baños de vapor. En cuanto a la dieta, esta comienza con algunas e importantes variaciones.
Se suelen evitar los aliños, el alcohol y la cafeína. Se aconseja encarecidamente consumir con moderación chocolates, nueces, almendras y quesos maduros, así como otros alimentos cuyo contenido en precursores hormonales pueda ser alto. Además de lo anterior, también se recomienda evitar exfoliantes y productos que irriten la piel, así como cosméticos que contengan alcohol, aceite, fragancia o excesivos conservantes y resecantes. En general, todos los tratamientos relacionados con la piel deberán ser aptos para pieles sensibles y deberá llevarse un control más o menos exhaustivo sobre las manifestaciones de la piel.
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