Aunque a veces se confunde, no es lo mismo ser alérgico a la leche que sufrir intolerancia a la lactosa. Veamos la diferencia.
La alergia a la leche es una reacción del sistema inmunitario a las proteínas presentes en la leche de vaca y sus derivados. Al tratarse de una reacción alérgica, puede afectar tanto al aparato digestivo como a la piel, las vías respiratorias o cualquier otra parte del organismo. La intolerancia a la lactosa es una afectación de la mucosa intestinal que incapacita al cuerpo para digerir la lactosa, que es el azúcar de la leche. Este trastorno afecta sólo a la digestión y se debe a la falta de enzima lactasa en el organismo, lo que impide la correcta absorción de la lactosa. Esto provoca acumulación de gases en el intestino, que se puede traducir en dolor abdominal y dolor de estómago, y puede provocar diarreas y vómitos.
Para detectar estos trastornos es necesario acudir al médico, que realizará tests de tolerancia. Y una vez diagnosticado, ¿cómo hay que actuar? En ambos casos se suprimirá de la dieta la leche de vaca y los productos lácteos, como margarina, yogures, helados de crema, quesos… No obstante, en caso de tener intolerancia a la lactosa, es importante saber que también puede haber lactosa en purés y sopas preparadas, fiambres, pasteles, bollería… Por ello es necesario mirar siempre las etiquetas de los productos.
Más información | Asociación española de intolerantes a la lactosa | Tu otro médico