Todavía nos queda un poco manteniendo esta situación excepcional. En dichas circunstancias, pocas cuestiones son tan útiles como la generación de rutinas. Su sentido neurológico y biológico juega a nuestro favor.
Trabajar en nuestros hábitos, especialmente en los saludables, podría ser una de las mejores inversiones de nuestra vida, y no solo para pasar este confinamiento. Hoy desglosamos un poco de lo que hay detrás de las pautas y rutinas con el objetivo de poder aplicarlas de forma eficiente en nuestra vida.
¿Para qué te sirve una rutina?
Estrictamente hablando, existen muy pocos estudios, o ninguno, que especifiquen los beneficios científicamente medidos de la rutina en nuestra vida. Pero eso no significa que no los tenga. Por ejemplo, sí que conocemos los beneficios de muchos de los hábitos asociados a rutinas. El resto se puede deducir por asociación.
Así, por ejemplo, una rutina te permite no pensar en las acciones a realizar. Una vez adquirido un hábito es más fácil ser productivos, llegar hasta el final de una tarea o no saltarnos algún deber. Con un hábito adquirido, convertido en una rutina, es más sencillo enfrentarnos a lo que no queremos.
Esto tiene varios beneficios en nuestro cerebro y reduce el estrés. También nos ayuda a conseguir nuestros objetivos o, al menos, valorar el éxito de nuestras acciones con mayor objetividad, ya que tenemos unos valores más acotados por la propia rutina. Esto también ayuda a mejorar el autoestima.
Nos protege de frustraciones, dado el caso, a la que nos llevan los imprevistos. Por si fuera poco, si la rutina la centramos en hábitos saludables, estos conllevan otro sinfín de beneficios procedentes de la mejora física y psicológica, así como nutricional. Y claro, para poder cumplir con ellos, la rutina es una herramienta perfecta.
Cómo funciona la rutina en tu cerebro
¿Qué tienen en común el cerebro de un músico, un corredor y un oficinista? La rutina. Para nuestras neuronas, la rutina de los dedos deslizándose por encima del mástil de un violín es muy similar a la rutina del atleta que tiene que mantener un ritmo adecuado, o la acción puntual y mecanizada del oficinista a la hora de levantarse todos los días a las 7:27 de la mañana. En nuestro cerebro, las acciones complejas repetidas se empaquetan en "trozos".
Al comienzo de adquirir un hábito, cada acción es individual, cuenta como un "trozo" de información en nuestro cerebro. Sin embargo, a medida que repetimos el proceso, los diversos actos se van metiendo en un mismo "trozo", de manera que el conjunto de acciones pasa a ser una acción en sí misma. A medida que repetimos y repetimos, estas acciones englobadas dentro de un "trozo" adquieren complejidad.
Así, el músico comienza aprendiendo las notas y los movimientos individuales, seguirá aprendiendo las figuras y técnicas musicales, los compases y terminará por poder repetir una melodía sin apenas pensar en ella. En la adquisición de rutinas estos "trozos" son indispensables y se forman junto con la programación temporal y la asociación a otros "trozos".
Las rutinas permiten que nuestro cerebro realice acciones verdaderamente complejas (tocar una sonata, correr en pista, conducir...) sin tener que emplear un esfuerzo consciente en ello. Esto ayuda a rebajar el estrés psicológico y mantener el hábito. Aunque no sabemos muy bien cómo se fijan estos "trozos" y se correlacionan entre sí, sí que sabemos que existen partes del cerebro, como el núcleo estriado, que participan en la creación de estos.
¿Cómo se afianza una rutina?
El proceso neurológico de afianzar una rutina implica diversas partes del cerebro. Lo primero que ocurre es que nuestro córtex prefrontal, encargado del pensamiento consciente, procesa la acción y la dota de intención. Este proceso es convertido, poco a poco, en un patrón neuronal. Es decir, se convierte en "trozos" que van uniéndose poco a poco. ¿Y cuánto tiempo hace falta para que pase a ser un hábito?
Depende. Existe la creencia popular de que son necesarios 21 días para adquirir una rutina, pero lo cierto es que nada avala esta cifra. Lo que sí sabemos a la hora de crear una rutina es que es más difícil si existe una anterior, porque hay que cambiar el patrón y "rehacer los trozos". Eso sí, todavía no nos es posible saber qué tiempo necesita el cerebro para afianzar todo esto.
Otra cosa que sí sabemos es proceso psicológico al que nos vemos sometidos. Así, se distingue una fase de "luna de miel" en la que un nuevo hábito es novedoso y diferente, por tanto, más atractivo y fácil de llevar a cabo. Tras esta fase llega la de "la monotonía". En ella, el estímulo ha dejado de activar el sistema de recompensa o ha rebajado su intensidad. Las molestias y el tedio ganan la partida neuronal y todavía no existe un patrón que facilite la rutina. En la tercera fase, el proceso ya comienza asentar el patrón que crea la rutina. El estímulo no genera la misma recompensa que al principio, pero tampoco los mismos problemas y molestias.
Otra cosa que también sabemos es que recompensar "al cerebro" es la mejor manera de asegurar que se afiance una rutina. Recompensar significa, literalmente, hacer algo que nos agrade (un pequeño capricho, un premio). Esto puede ayudar a mantener el nivel de motivación durante la segunda fase, además de afianzar neurológicamente el patrón.
Por último, también sabemos que adquirir un patrón es más sencillo si se hace de manera progresiva. Nada de lanzarse a la piscina de golpe y con todo. Esto nos llevaría a una situación nada atractiva al llegar a la segunda fase, promoviendo que suspendamos la rutina. Cada cerebro es un mundo, y no existe un "método" para adquirir un hábito, pero, si lo conseguimos, será para nuestro beneficio.
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