Te acabas de pegar la paliza de tu vida en el gimnasio, o has estado corriendo un buen rato para mejorar tu marca y prepararte para la próxima carrera. Estás cansado, sudado y notas a tus músculos pedir una tregua. Genial, ¿y ahora qué?
Ducha, ¿no? Sí, pero cómo: ¿fría o caliente? Has visto como los deportistas profesionales se sumergen en bañeras de hielo después de entrenar y te lo estás pensando, aunque, sinceramente, a quién le apetece pasar por algo así. También las duchas calientes tienen sus defensores.
Entonces, ¿qué es mejor? Pues como suele pasar con estas cosas, no hay una respuesta absoluta, pero la mayoría de los consejos pasan por unir ambas cosas: empezar con una ducha fría y pasar poco a poco a agua más caliente.
Lo que ocurre con una ducha fría
Los deportistas profesionales suelen optar por el agua fría tras un entrenamiento intenso, porque les ayuda a recuperarse antes, y reduce el dolor muscular y la rigidez que normalmente asociamos con las agujetas.
La teoría detrás de esta práctica es que el ejercicio intenso causa microtraumas, es decir, pequeñas roturas en las fibras de los músculos. Este daño muscular tiene el efecto de estimular la actividad de las células, ayudando a su reparación y a su vez fortaleciendo los músculo.
El agua fría produce un efecto llamado vasoconstricción, es decir, que los vasos sanguíneos se contraen, reduciendo el flujo de sangre. Esto ayuda a bajar la temperatura general del cuerpo y también a reducir la inflamación de músculos, tendones y articulaciones que puede producirse tras un entrenamiento especialmente intenso.
Pasa poco a poco a agua templada
Tras empaparte en agua fría, ve pasando poco a poco a agua más caliente, ya que ducharse con agua templada también tiene sus ventajas.
El agua a más temperatura produce el efecto contrario al del agua fría, llamado vasodilatación, en el que los vasos sanguíneos se ensanchan y se estimula la circulación. Al volver la sangre a los músculos se estimula la reparación celular y la eliminación de suproductos resultado del entrenamiento, como el ácido láctico y otros desechos.
Además, esto puede mejorar la movilidad, evitando que el frío agarrote los músculos y articulaciones.
Eso sí, asegúrate que el cambio de temperatura sea gradual y no pasas de un extremo al otro. En una persona sana esto no tiene por qué suponer más que un respingo del susto, pero si hay lesiones cardíacas anteriores, el cambio extremo de temperaturas puede afectar negativamente al corazón.
Pero según la ciencia, ¿qué es mejor?
La verdad es que es difícil saberlo. Por un lado, la alternancia entre agua fría y caliente parece tener un efecto positivo en la inflamación de músculos y tendones, pero este no es demasiado evidente, y algunos estudios muestran que de hecho ese efecto no se produce.
Por otro, es difícil medir otros factores implicados, como es la percepción del dolor en cada persona, la sensación de rigidez y la recuperación posterior, así como los aspectos psicológicos: la sensación de bienestar, los niveles de energía de cada uno, el recuerdo del entrenamiento y las ganas de volver al día siguiente...
Es decir, que no existe una única respuesta y que si bien una ducha de este tipo parece tener un efecto positivo en la recuperación, lo mejor es que elijas lo que te haga sentir mejor, te ayude a recuperarte antes y te evite dolores musculares y articulares. Eso sí, si tienes alguna patología previa, como una lesión o algún problema cardíaco, lo más recomendable es que consultes con un experto antes de tomar ninguna medida extrema.
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