Por suerte o por desgracia, sabemos qué le pasa al cuerpo cuando lo sometemos a un ambiente extremadamente frío. Hemos tenido multitud de oportunidades para aprenderlo: las expediciones al Everest, el desgraciado accidente del Titanic, la Segunda Guerra Mundial, los caminantes blancos...
Bueno, sí. Estamos en primavera, pero con la llegada de la nueva temporada de Juego de Tronos, no hemos podido evitar discutir al respecto: ¿qué pasaría si llegara el invierno? No el invierno que conocemos, sino el invierno que dura décadas y que hiela los árboles y a los seres vivos.
Los seres humanos somos animales de sangre caliente y no tenemos los sistemas de adaptación con los que cuentan otros mamíferos. ¿Qué nos pasaría frente al gélido aliento de la horda de muertos vivientes, cuando nos atenazara el frío extremo? ¿Cuál es la temperatura mínima que puede resistir el cuerpo? ¿Y durante cuánto tiempo? Por suerte o por desgracia, como decíamos, en nuestro mundo, tenemos respuesta a todas estas cuestiones.
Siete grados son más letales que un ejército de no muertos
Entre la mordedura del frío y un ejército de ánimas rabiosas, probablemente tengamos más oportunidad de sobrevivir a lo segundo. Nuestra temperatura corporal nunca se aleja mucho de los 37ºC. ¿Por qué razón? A esta, todas las reacciones químicas que participan en nuestro metabolismo están, en su conjunto, en una situación óptima. Para que ocurran estas reacciones hace falta calor. Sin energía, muchas de las enzimas, las sustancias, los sustratos y productos, no pueden "reaccionar".
A medida que vamos quitando calor o, en otras palabras, hace más frío, dichas reacciones se hacen más complicadas y difíciles. Pero nuestro cuerpo es más que la suma de dichas reacciones. Es mucho más grande y complicado. De hecho, tiene varios sistemas de defensa para asegurar que no morimos.
Cuando nos enfrentamos al frío, lo primero que hace el cuerpo es tratar de crear una capa protectora con el vello: así es como se nos eriza la piel. Si continúa su intensidad, el cuerpo comienza a aumentar el gasto calórico, corta el flujo sebáceo para emitir sudor. También comenzamos a temblar, aunque no está clara la función de este tipo de espasmos.
Poco a poco, los vasos sanguíneos periféricos cortan el flujo que irriga los miembros externos, que no resultan indispensables (si los comparamos con el corazón, los riñones o el cerebro, claro). Hemos entrado en hipotermia. La hipotermia es un estado en el que se entra cuando la temperatura corporal desciende más de dos grados.
Los primeros síntomas son amodorramiento, confusión, torpeza... poco a poco los músculos comienzan a ser más y más difíciles de mover. Llegado cierto momento, las extremidades podrían sufrir una congelación, con lo que moriría el tejido. Un poco más allá, el cerebro comienza a verse afectado. Empiezan las alucinaciones, el comportamiento errático, la amnesia y, al final, la muerte.
Vamos a traspasar la frontera de la imaginación. Si uno de los "otros", un caminante blanco, decidiera resucitarnos, menos mal que tendría la magia de su parte. Porque fisiológicamente, por debajo de los 30ºC, nuestro cuerpo comienza a volverse un bloque. Los músculos no tienen energía para continuar moviéndose y se agarrotan. Las células dejan de comer y mueren. Al final, solo somos un bonito montón de materia que se descompondrá cuando lleguen mejores tiempos.
A menos treinta no aguantarías ni un minuto
Pero no hace falta irnos tan lejos. En nuestro propio mundo ya nos enfrentamos a condiciones que superan, con creces, la fantasía. En Oymyakon, las temperaturas han alcanzado alguna vez los -71ºC. En en julio de 1983, en la Base Vostok, la Antártida, una estación metereológica alcanzó los -89ºC. El punto más frío que se ha llegado a registrar en la Tierra, de manera natural y fuera de los laboratorios, alcanzó los noventa y ocho grados bajo cero. Y, sin embargo, nuestro cuerpo apenas es capaz de aguantar un minuto a -30ºC.
Imagina a un "cuervo" sobre el muro, ante una ventisca helada. Los seres humanos somos tenaces, a pesar de nuestras limitaciones. Un buen abrigo de piel, una hoguera y otros medios nos permiten aguantar los tiempos más intempestivos. Pero, si un día nos pillara una helada terrible y no estuviéramos preparados, con un abrigo ligero, por ejemplo, tendríamos un problema. A treinta grados bajo cero, nuestro cuerpo comienza a sufrir las consecuencias rápidamente. No es necesario que bajen demasiado las temperaturas, es suficiente con la sensación térmica.
El viento y la humedad pueden hacer que perdamos el calor corporal hasta 14 veces más rápido. En el agua, este proceso puede ser hasta 30 veces más veloz. El entorno "nos roba calor" mediante radiación o por contacto directo del viento y el agua. Somos muy pequeños, y lo que nos rodea muy grande. Así que nuestro calor corporal desaparece rápidamente si no conseguimos aislarnos adecuadamente.
Sin un buen material que impida esa pérdida, como lo sería un buen abrigo de oso, unas pieles bien curtidas o, por qué no, medio litro de fuego valyrio ardiendo en un brasero, pronto perdemos los dos grados que nos separan del comienzo de la hipotermia. Más allá de los 35ºC comienza la confusión y la torpeza. Al alcanzar los 31ºC ya estamos en la fase de hipotermia moderada y tenemos un problema muy serio. Al bajar más allá de los 30ºC corporales, siete grados de diferencia con nuestra temperatura óptima, perderemos la consciencia y, en unos instantes, la vida.
En el Círculo Polar Ártico se resiste mejor que en El Muro
Volviendo a nuestro mundo, más allá del Círculo Polar Ártico hay decenas de ciudades. Las únicas sociedades que conocemos que viven más allá del Círculo Polar Ártico se dividen en tres grupos: los inuit, los yupik y los aleutas. Estos son bastante más tenaces y duros que los habitantes de "El Muro". Y probablemente más que los pueblos libres al norte de los Reinos.
Situémoslas: mientras que los inuit se extienden por el norte de Alaska, América y Groenlandia, los yupik forman un conjunto más complejo. Estos cuentan con numerosas lenguas, algunas muy distintas entre sí, y se extienden entre una región más meridional de Alaska y el norte siberiano. Los aleutas, por otro lado, constituyen un pueblo aborigen que reside en la parte más occidental de la península de Alaska, en las islas Aleutianas.
Todas estas culturas son completamente distintas, aunque probablemente tengan un origen común. Lo más interesante, no obstante, es su adaptación al medio. Todos los habitantes nativos del Círculo Polar Ártico cuentan con genes especiales y adaptaciones fisiológicas. Entre ellas se encuentra un cuerpo más achaparrado, que expone menos partes al frío.
También tienen una vasoconstricción intermitente, que protege al cuerpo de la pérdida de calor innecesaria. Sus cuerpos parecen preparados para perder poca energía. También tienen adaptaciones especiales para poder consumir y digerir gran cantidad de carnes y grasas. Ya que es muy difícil cultivar más allá del Círculo Polar Ártico, la dieta de sus habitantes suele contener muy pocos hidratos de carbono y gran cantidad de carne y grasas.
Entre las adaptaciones que poseen se encuentran unos genes especialmente dedicados a la asimilación de grasas, de manera estos pueblos tienen una incidencia mucho menor de problemas cardiovasculares. En definitiva, el tiempo y la presión natural han conseguido que estas culturas se hayan adaptado (probablemente de forma irreversible) a un frío que, para el resto de seres humanos, sería letal.
Puede que ser un gigante te ayude a aguantar mejor el frío. Puede que los pueblos del norte, antes bajo la corona de Mance Ryder, también tengan sus adaptaciones genéticas. Pero lo dudo. Sinceramente, es mucho más fácil soportar el frío cuando tienes la magia de tu lado. Ya me gustaría ver a mi a los caminantes blancos y a sus no muertos moverse bajo el frío siguiendo las reglas de nuestro mundo. Apuesto un huevo de dragón a que se lo pensaban dos veces antes de existir.
Imágenes | HBO