El domingo pasado, cuando muchos de los vitónicos os estrenábais en la media maratón después de haber seguido nuestro plan de entrenamiento, a mí me tocaba hacerle frente por primera vez a la distancia reina: la maratón. El mismo día, un año antes, hice mis primeros 21 kilómetros, como ya os conté.
Después de una preparación dura (tres meses de preparación específica para maratón y un par de ellos más dominando la media) llegué a la línea de salida sin saber que iba a disfrutar como una enana durante 36 kilómetros y a pasar penurias durante los seis últimos. Así es como se vive una maratón desde dentro: así fue mi primera maratón.
La preparación y la previa: seis meses preparando este momento
Lo de apuntarme a la maratón ya venía de lejos: al poco tiempo de terminar mi primera media, con toda la euforia de haber hecho algo que estaba casi segura de que no podría hacer, salió una oferta para la maratón de 2017 y la verdad es que no me lo pensé dos veces. Con un año por delante para entrenar, ¿qué podía salir mal?
En un primer momento, y viendo que me quedaba mucho tiempo por delante, continué entrenando carrera a mi ritmo normal, un par de días a la semana (en verano menos, que cuando el calor pega se hace muy difícil). Y ya en el mes de noviembre, después de correr la media maratón de Tenerife, me puse las pilas en serio.
En total han sido seis meses de entrenamiento, los tres últimos de alta intensidad, saliendo a correr cuatro días a la semana y entrenando fuerza otros dos, para preparar mi primera maratón. Y salió bien, mucho mejor de lo que esperaba.
El día de la maratón: 36 kilómetros para disfrutar y seis para sufrir
Casi sin darme cuenta me había plantado en la semana previa a la maratón: la peor de todas, sin duda, porque quieres salir a correr a toda costa aunque sabes que lo que te toca es descansar y hacer carga de hidratos los últimos días. Una semana difícil en la que tienes todas las dudas del mundo: sabes que has entrenado pero ¿y si algo sale mal? ¿y si hace mucho calor? ¿y si me tuerzo un tobillo? Piensas en todas y cada una de las posibles situaciones que se pueden dar ese día, y te agobias muchísimo.
El día de la carrera ya es otro cantar: más de 35.000 runners (entre las tres carreras que se celebran de forma simultánea: 10 kilómetros, media maratón y maratón) reunidos en el centro de Madrid, preparados para subir la Castellana, una parte común a las tres carreras, y rodeados de gente que nos anima y nos envía toda su energía. No puedo dejar de hacer mención a los Drinking Runners, que tuvieron varios puntos de animación en la carrera y que, literalmente, nos hicieron volar a muchos.
Y allí estaba yo, con cuatro compañeros con los que pensaba hacer la carrera, en la línea de salida. El trazado de Madrid no es sencillo: los primeros seis kilómetros son de pura subida por la Castellana, más tarde una bajada con toboganes para terminar con una subida fuerte antes de llegar a meta. 42 kilómetros de cuestas para los que necesitas tener unas buenas piernas "muscularmente hablando", y que eran mi mejor baza para llegar a ser finisher, que era lo principal.
Comenzamos los primeros cinco kilómetros rodeados de corredores, pues la media y la maratón comparten trazado hasta el kilómetro 14, y a un ritmo tranquilo, de 06:30, que era el que esperaba hacer durante toda la carrera. En el kilómetro 15 perdí a algunos compañeros por delante y a otros por detrás, y desde ahí me quedé sola: me vi muy bien y mantuve la velocidad de 6:00 minutos el kilómetro hasta el 25, cuando ya se iba notando el calor.
Del 25 al 35 bajé de nuevo a 6:30: porque ya había bastante cansancio. Por el camino había colocado a mis padres, a mis amigos, a mis compañeros de baile y hasta a mi perrita Kira, que también bajó a animar, en puntos estratégicos del recorrido, donde sabía que iba a necesitar ánimos, geles y agua. Y hasta el kilómetro 36 fui fenomenal: iba fresca, con energía, estaba cumpliendo con el plan de ingesta de geles e iba mucho más rápida de lo que había esperado. Y en el 36 se torció todo.
Los últimos seis kilómetros hasta la meta
En alguna ocasión os he hablado ya de mi inestabilidad crónica de tobillo que me hace tener problemas en la rodilla, sobre todo al correr distancias largas y mucho más intensamente cuando es cuesta abajo. Bien, pues la rodilla derecha venía dándome avisos desde unos kilómetros atrás: lo típico de "molesta pero no duele". En el avituallamiento entre los kilómetros 35 y 36 hacía tanto calor que me detuve a beber agua y a refrescarme la cabeza y los brazos... y ese fue el gran error: cuando quise volver a arrancar tenía la rodilla rígida y aquello no había quien lo moviera.
Yo misma empecé a generarme una gran frustración: a nivel muscular y mental estaba muy bien (y no estaba dispuesta a quedarme allí tirada), pero la rodilla me dolía como no me había dolido jamás. Quería correr pero no podía: me daba la impresión de que me caía al suelo con cada zancada. Así que opté por combinar caminata rápida con algunos tramos de carrera, para así poder llegar hasta la meta.
Ya en los últimos kilómetros y gracias a los ánimos de todos los que estaban animando (de verdad, gracias) conseguí aumentar la marcha y volver a correr de nuevo. Y llegué a meta, ¡ya era finisher y maratoniana! Mi tiempo fue muy discreto: 04:48:31 según los tiempos oficiales, pero lo importante para ser la primera vez era disfrutar y llegar a meta, así que estoy muy contenta porque el objetivo está más que cumplido.
Las sensaciones al correr una maratón
Durante estos seis meses de entrenamiento he corrido mucho, más que en toda mi vida, y aun así estoy convencida de que el entrenamiento que más me ha costado es el de la cabeza. Me planté en la semana previa a la maratón con mucho, mucho miedo: no estaba segura de que la cabeza me aguantara durante 42 kilómetros, no las tenía todas conmigo.
Pero el día de la carrera es totalmente diferente: te ves siempre rodeado de corredores que llevan el mismo rumbo que tú y que, más o menos, van igual de fastidiados que tú cuando estamos a una altura considerable de la carrera. Pero sobre todo ves a toda esa gente que sale a animar a las calles de Madrid y que te da una energía que te lleva en volandas hasta la meta.
He de reconocer que los seis últimos kilómetros los sufrí mucho: no soy una persona muy quejica, pero me dolía un montón. Aun así, en ningún momento se me pasó por la cabeza renunciar. Ojo, porque para tomar este tipo de decisiones es necesario conocerse: yo sabía que como mínimo podía llegar caminando a meta y entrar dentro de tiempo (el tiempo máximo de carrera son seis horas para la maratón) y no estaba tan mal como para pararme y dejarlo.
Pero valió absolutamente la pena por los 36 kilómetros que disfruté, y los disfruté de verdad, muchísimo: si la rodilla no pitara tanto repetiría mañana sin pensarlo.
Ahora toca pasar por boxes, revisar esa rodilla y ver si nos da tregua para correr la maratón de Florencia en noviembre, que es el próximo reto. Si queréis leer mi crónica prácticamente kilómetro a kilómetro de la maratón, podéis hacerlo en mi blog.
Aquellos que corristeis, orgullos maratonianos, medio maratonianos y corredores de diez kilómetros, ¡contadnos qué tal os fue!
Imágenes | EDP Rock 'n' Roll Madrid Marathon, Palabra de Runner, Roberto Vázquez, Fotografiando al mar
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