Frota y sigue frotando para quitar toda la suciedad. Pero ten cuidado porque, por mucho que frotes, siempre quedará alguna bacteria en tu piel. Pero no pasa nada. La microbiota es nuestra amiga y aliada. De hecho, no tenerla puede ser malo para la salud. Así que tal vez es un buen momento para dejar de frotar.
¿Qué es la 'microbiota normal'?
Se conoce como microbiota normal, mal llamada flora microbiana normal o, más correctamente, microbioma humano, al conjunto de microorganismos que viven habitualmente en distintos sitios de los cuerpos de los seres vivos pluricelulares, como los seres humanos. Resumiendo, la microbiota normal de la piel está formada por los microorganismos que se encuentran frecuentemente en la piel de las personas sanas.
La microbiota normal está en relación simbiótica comensal con el ser humano, lo que quiere decir que mientras los microorganismos obtienen ventajas por vivir sobre nuestra piel, nosotros las obtenemos de ellos. ¿En qué sentido? Por ejemplo, la microbiota intestinal (que también es parte de la piel, grosso modo) es indispensable para una la digestión del alimento, ya que producen vitaminas y protegen contra la colonización de otros microorganismos que pueden ser patógenos.
Lo mismo ocurre con otros microbios habitantes de nuestra piel. Y es que, en el fondo, la microbiota normal es la primera barrera de defensa contra los atacantes externos. A este fenómeno se le llama antagonismo microbiano y funciona más o menos de esta manera: "Eh, no te metas con mi huésped, que aquí vivo yo". Básicamente, lo que hace la microbiota es segregar sustancias inhibidoras y competir por los mismos recursos, de manera que no dejan crecer a otros organismos peligrosos.
Cuando la microbiota no está
Hasta donde sabemos, la microbiota normal de la piel no debería ser esencial para sobrevivir. Suponemos que estamos dotados con todas las características necesarias para ello. Sin embargo, lo que también sabemos es que las personas que padecen alguna enfermedad suelen mostrar signos de una microbiota alterada. Pero volvamos atrás.
El número de bacterias que tenemos en el cuerpo es casi el mismo que células humanas. Sí, no nos hemos equivocado de cifras. Las bacterias son mucho más pequeñas y, en número, son igual de numerosas que nuestras propias células. Esto supone unos 200 gramos de bacterias de nuestro peso total. Puede parecer poco, pero para ser de algo que no vemos, y que es casi etéreo... es muchísimo.
Teniendo en cuenta este dato es más fácil entender el enorme impacto que puede tener eliminar parte de estos microorganismos. Para terminar de comprenderlo, hay que saber que su función, además de protectora, es reguladora: se regulan entre sí, creando un ecosistema en perfecto equilibrio. También participan, como ocurre en el estómago, en la digestión o en la producción de sustancias necesarias. En las partes íntimas ayudan a mantener el pH...
En definitiva, esos "200 gramos" se encargan de que todo vaya como siempre (que en el mejor de los casos es "muy bien"). Cuando desaparecen parte de ellos, las cosas se descontrolan. Algunos organismos patógenos ven una brecha para comenzar a atacar. Otros que estaban presentes se vuelven, ante la falta de sus antagonistas, en enemigos. Las consecuencias son muchas y todas desagradables.
¿Por qué es malo el exceso de higiene?
¿Y qué puede causar semejante desbarajuste? Sin duda alguna, el exceso de higiene es una de las causas. Lavarnos demasiado, demasiadas veces y con productos químicos provoca varios problemas relacionados directa o indirectamente con la microbiota. En primer lugar, mata y descompensa estos ecosistemas epiteliales en miniatura, provocando la situación que nombrábamos.
Para poner las cosas más complicadas, el exceso de jabón u otras sustancias provoca la pérdida de la grasa de la piel y ayuda a su deshidratación, empeorando la situación. Como consecuencia, algunas bacterias más virulentas toman el control rápidamente y provocan una infección. El roce constante y la deshidratación también ayudan a irritar la piel.
En el caso de las zonas íntimas, este exceso de higiene, además de lo anterior, ayuda a cambiar las condiciones naturales de la zona que, de por sí, es delicada por ser húmeda y cálida. Los microorganismos de todo tipo se aprovechan de un entorno especialmente beneficioso cuando ya no hay protección.
El problema podría ser aún mayor de lo que pensamos: a finales de los años ochenta, David Strachan expuso una hipótesis ante la mayor incidencia relativa de enfermedades autoinmunes en países desarrollados. La razón, explicaba, estaba directamente relacionada con el exceso de limpieza, lo que impide al sistema inmunitario "afinar" y madurar por exposición.
Esta hipótesis se toma con cuidado en los círculos científicos, pero incluso en tiempos más recientes se sigue oyendo hablar de ella. En definitiva, parece que el exceso de higiene es malo, se mire por donde se mire, y es que hemos evolucionado junto a nuestras bacterias, así que no es buena idea librarse de ellas así como así.
Esto no es razón para no lavarse...
Pero cuidado, esto no debe servir como excusa para la falta de higiene. Probablemente, entre los descubrimientos que más vidas han salvado en el mundo, tras el de las vacunas, se encuentra la higiene. A Joseph Lister le debemos el que esta se extendiera entre los hospitales. Este cirujano observó que la tasa de supervivencia de sus pacientes aumentaba cuando lavaba las herramientas y sus manos antes de operar.
A partir de aquí, el médico experimentó y convenció a muchos de sus compañeros (a pesar de las primeras críticas) de la importancia de la higiene. Y es que la limpieza es importante. Es importante para reducir la posibilidad de que los patógenos ataquen. También lo es por puras cuestiones de comodidad y estética.
Cuando hablamos de exceso de limpieza nos referimos justo a eso: exceso. Una práctica compulsiva, un abuso de productos de limpieza y una obsesión por un ambiente aséptico a base de frotar. En definitiva, un ideal imposible de conseguir y, además, negativo en cualquiera de los casos.