Puede parecer simplista, pero existe una cantidad máxima de luz solar que nuestra piel puede tomar. A esta cantidad se la llama "capital solar".
El riesgo de sufrir un problema en la piel está determinado por muchos factores. El más problemático, probablemente, sea el genético, pero no es el único. ¿Podemos gestionar este capital solar? ¿De qué manera? Esto es lo que tienes que saber sobre el sol y la exposición de nuestra piel.
¿Qué es el capital solar?
En salud, se conoce como capital solar al hipotético número de horas finitas de exposición al sol que tiene nuestra piel. Este número suma todo el tiempo que podría estar bajo la radiación solar a lo largo de nuestra vida sin sufrir daño. Una vez superada esa cifra, comenzarían los problemas.
El capital solar no es un número claramente medible, sino que es un concepto relacionado con la protección de la piel. De hecho, como ocurre con el cáncer en general, no existen causas concisas y concretas, en la mayoría de las ocasiones, para que aparezca un melanoma.
Sí que existen factores promotores, como es la radiación ultravioleta pero, aunque no sobrepasemos el susodicho capital solar, podría aparecer un problema cutáneo severo. El concepto de capital solar está determinado por nuestra genética.
También se entiende mejor si lo relacionamos con la cantidad de melanocitos de los que disponemos y su capacidad protectora, así como el factor protector de los queratinocitos y los lípidos presentes en la piel. Aun así, insistimos, es un número hipotético que sirve para contextualizar el resto de factores relacionados con la protección frente al sol.
Si no conoces "el número", ¿para qué nos sirve hablar de capital solar?
La cuestión es sencilla: aunque no sepamos un número exacto, el capital solar facilita el concepto de protección. Si nuestro capital solar es X, la protección modifica Y a este número. Y, en realidad, sería un factor del número de horas que se resta a X, no un número completo, ya que la protección no funciona de manera directa.
Por ejemplo, si podemos pasar X horas al sol, y hoy estamos en la playa, contaremos con X menos H, en nuestro capital. Al ponernos una crema solar adecuada, ese número de horas se reduce muchísimo al multiplicarlo por Y. Nunca llegará a ser 0, pero puede reducirse mucho.
De esta manera, podemos maximizar el tiempo que tenemos de nuestro capital solar si nos preocupamos de proteger la piel de la manera adecuada. Al final, hablamos de una cuestión importante de salud. Pero, ¿cómo podemos protegernos?
Así debes proteger tu piel del sol
Existen varios consejos que seguir a la hora de proteger tu piel. Todos se pueden resumir, básicamente, en reducir el tiempo de exposición y su peligro. Como ya os hemos contado en otras ocasiones, el primer punto consiste en utilizar, siempre, protector. ¿Y qué protector? Este debería ser del máximo FPS posible, y nunca menor del 30.
El factor de protección solar es un número que indica una medida comparativa del tiempo en que se producirían quemaduras solares si no se estuviera usando protector solar en comparación con el tiempo que se tardaría con protector solar. Es decir, un FPS 30 quiere decir que usar la crema supone que se tarda unas 30 veces más en sufrir una quemadura solar. No hay que confundir el FPS con el tiempo que podemos estar bajo el sol, que nunca debería ser más de un par de horas.
A pesar de su alta capacidad protectora, ninguna protección es 100 eficaz (al menos en cuanto a cremas solares), por lo que el factor Y, del que hablábamos, que podría afectar al capital solar, jamás podrá reducir a cero el daño que se produce en nuestras células. Además de escoger un buen protector, como decíamos, es conveniente reducir al máximo el tiempo de exposición.
En otras palabras, es conveniente evitar las horas en las que la intensidad es máxima, es decir, entre las 10 y las 17 horas, más o menos. En esos momentos, el sol está en su cenit, y los rayos inciden de manera perpendicular a la superficie, maximizando la cantidad de radiación que llega a nuestra piel.
Si queremos broncearnos, mejor pasar por completo de cremas y aceites bronceadores, que pueden poner en peligro nuestra piel, y optar por un protector uniforme, y bien extendido, que homogenice el efecto de la radiación en la piel. Por supuesto, debemos huir de todos los métodos "caseros" de protección, ya sean cremas hechas en casa, y que no pasan los controles de calidad, o los métodos caseros y dudosos.
Por último, no nos olvidemos que para poder disfrutar de una buena protección hay que asegurarnos de que extendemos correctamente el protector, sin que se nos olvide ni un solo hueco. También es conveniente reponer la crema cada dos horas, como mucho, ya que su efecto protector se disipa por acción del sol. No desestimemos la acción de la radiación sobre nuestra piel en ningún momento, o perderemos rápidamente nuestro capital solar, con todas sus funestas consecuencias.
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