El 17 de febrero de 1673, Jean-Baptiste Poquelin se desplomó en el escenario mientras tosía sangre fresca y respiraba trabajosamente. Tras unos minutos de desorientación, Molière, que es el nombre con el que Poquelin pasaría a la historia, insistió en continuar con la representación y murió un puñado de horas más tarde en su propia casa.
En uno de esos giros irónicos del destino, aquella tarde Molière interpretaba el papel protagonista de su última obra, "El enfermo imaginario". Tranquilos que hoy no vamos a hablar de teatro, pero aquel actor moribundo interpretando al hipocondríaco perfecto nos puede enseñar una lección clave de la medicina actual y de los suplementos que no sirven de nada.
Un hombre entra a una consulta
Sí, suplementos que no sirven de nada y medicamentos que sirven para muy poco. Aunque a veces pasa desapercibido, la medicina tiene varias dimensiones fundamentales. Hay un viejo dicho, acuñado por los médicos franceses Bérard y Gubler alrededor de 1880, que dice que la profesión médica consiste en "Consolar siempre, aliviar a menudo, curar a veces".
Esa frase resume muy bien la parte estrictamente clínica (mitigar el dolor, abordar la enfermedad) y la parte, digamos, más psicológica (consolar, escuchar, tranquilizar). La práctica médica tiene numerosas técnicas y herramientas que están orientadas más a calmar el alma que a curar el cuerpo: desde poner un suero a los que esperan en urgencias a añadir un suplemento de vitamina B para aquellos que tienen dolor de espalda.
Sobre todo, porque no son cosas incompatibles: son cosas que muchas veces van de la mano. El problema es que los médicos han perdido la el monopolio del conocimiento especializado y eso genera situaciones que en el mejor de los casos podríamos decir que son complicadas. Pero permitidme un pequeño rodeo.
La medicina es una relación
En 'El enfermo imaginario', Argan, el protagonista principal, es alguien que se cree enfermo y busca constantemente soluciones a sus problemas en innumerables médicos, brebajes y ungüentos. Pero nada lo cura porque, como ya intuimos en el título, nada lo está enfermando. En la obra de Molière, la soledad y la egolatría se dan la mano para, bueno, joderle la vida a Angélique, la hija de Argan.
«Inválido y enfermo como estoy, quiero conseguir un yerno y unos médicos cómplices para que me socorran en mi enfermedad, para tener en mi familia el suministro de los remedios que necesito y disponer al mismo tiempo de consultas y recetas», dice el protagonista. Y acto seguido, dedica todas sus fuerzas a buscar un médico al que casar con su hija.
Al final de la obra, y atención que van spoilers (346 años después, pero spoilers al fin y al cabo), la única forma que encuentran los personajes de quitarle a Argan la idea de la cabeza es convertirlo en médico a él mismo. Médico imaginario, por supuesto. Pero eso no es lo que nos interesa.
Pese a que han pasado casi tres siglos y medio, ahí hay algo fundamental para entender la medicina. Que más allá de batas y estetoscopios, de inyecciones y pastillas... la medicina es, sobre todo, una relación. Una negociación entre el paciente y el profesional para determinar el tratamiento que respeta las creencias y los deseos del paciente, por un lado; y los conocimientos y la experiencia del médico, por el otro.
El gran problema de Argan no es la enfermedad, es la incomprensión. Por eso busca gente que le quiera, que se preocupe genuinamente por él gracias a los lazos de la sangre y la familia. Lo que refleja 'El enfermo imaginario' es que sin esa relación, nos gobierna el miedo, la desconfianza y el interés propio. Lo que nos dice Molière es que si perdemos esa relación, lo estamos perdiendo (casi) todo.
Y la estamos perdiendo
Esto igual os resulta polémico, pero en realidad no existen grandes diferencias entre un antivacunas y una persona que está de acuerdo con el consenso médico internacional sobre la efectividad, seguridad y potencia de las vacunas. Sí, la primera está equivocada y la segunda no; pero en la gran mayoría de los casos no hablamos de grandes expertos sino de gente que confía en cosas distintas. Sencillamente eso.
En un mundo tan complejo tan actual como el actual, las personas elegimos fuentes "fiables" de información y nos dejamos influir por los medios y por el discurso social (formal e informal). Esos intermediarios (proxies) son fundamentales para poder adaptarnos a situaciones que no controlamos. Lo que diferencia a los antivaxers de los pro es, muy a menudo, la elección de esos intermediarios.
Es solo un ejemplo, claro. Pero es muy revelador de lo que ocurre cuando las relaciones entre médicos y pacientes se degradan. Aunque, si he de ser sincero, creo que "degradan" no es el término exacto. Desde la figura del médico de hace 40 ó 50 años hasta el médico actual, la sociedad ha cambiado muchísimo y la medicina con ellas.
Ese cambio se ha traducido en sistemas sanitarios menos paternalistas y más respetuosos con la autonomía (y los derechos) del paciente. Pero también, como decía, ha dado con un paciente hiperconectado que es capaz de obtener información clave sobre su tratamiento sin mediación del médico.
¿Qué pasa si mi médico me receta algo que no sirve para nada?
Hace unos meses, pasé unas semanas hablando con médicos que recetaban homeopatía a sabiendas de que no funcionaba. "Los jarabes homeopáticos son un excelente tratamiento para la ansiedad... de los padres", me decía uno de ellos que reconocía usar este tipo de remedios para mejorar la adhesión al tratamiento. Un tratamiento que, como el del ejemplo, la mayoría de las veces suele ser esperar (bajo la supervisión adecuada).
"La fiebre es un sistema de defensa del organismo, la tos también, incluso los mocos. La enfermedad, controlada, no es un problema, pero controlar a los padres es mucho más difícil", continuaba. Pero, ¿Qué pasa si los padres descubren que eso que les han recetado no hacen nada? ¿Que pasa, concretamente, con la relación de confianza y respeto que existe entre el médico y el paciente?
No hace falta llegar a la homeopatía, claro. Hay multitud de remedios aprobados por la Agencia Española del Medicamento y el Producto Sanitario cuyos efectos, siendo generoso, son discretísimos, casi inexistentes. Pero eso no quiere decir que no tengan una función clínica relevante: aunque sea poner a nuestra psicología a trabajar a nuestro favor.
Sin darnos cuenta, estamos entrando en una época en que la medicina tiene que cambiar para adaptarse a un mundo radicalmente distinto. Cómo hacerlo es una de las grandes preguntas de nuestro tiempo porque en ella nos jugamos el futuro de la medicina.