Lo que estamos viviendo durante el día de hoy, con la noticia del inicio de los ataques de Rusia a Ucrania y el estallido de la guerra, es, posiblemente, una de las peores noticias geopolíticas para Europa de los últimos años. Algo que no creímos posible que ocurriera en el siglo XXI y que, además, nos pone ante la posibilidad de una tercera guerra mundial.
Nuestro pensamiento y solidaridad está puesto, por encima todo, en la población ucraniana y todos aquellos que están sufriendo los ataques de esta guerra. Las redes sociales se han llenado de apoyo al país y de personas preocupadas por la situación actual y sus posibles consecuencias.
Personalmente, mis niveles de ansiedad se han disparado durante esta mañana. Y, entrando en Twitter, y poniendo "ansiedad" en el buscador, podemos ver comentario tras comentario, indicando como las noticias y la preocupante información sobre la situación geopolítica, están generando esa misma ansiedad en muchas personas. Y es que, en ocasiones, aunque nuestra vida no haya cambiado sustancialmente - al menos no por el momento -, son la propia actualidad, las noticias y la sobreinformación las que nos generan ansiedad.
¿Cuáles son los mecanismos detrás de esto? Y, sobre todo, ¿hay algo que podamos hacer para sobrellevar esta situación y este miedo de la forma lo más adaptativa posible?
Una nueva crisis después de varios años sin calma política, económica o social
El contexto, en este caso, es muy importante. Esta guerra - y nueva crisis geopolítica y social - llega en un momento muy delicado. Todavía no nos hemos recuperado de los efectos de la pandemia y crisis sanitaria en la salud mental de la población. Y la realidad es que esa recuperación no apunta a que vaya a ser, precisamente, inmediata.
Pero es que la crisis sanitaria llegó cuando todavía, muchos de nosotros, no nos habíamos recuperado de los efectos en nuestras vida de la crisis económica que comenzó en 2008 y a la que, todavía, no habíamos llegado a verle el final.
Esto, sumado a numerosas crisis políticas en nuestro país, nos ha tenido en jaque, y en una gran tensión, que ya dura muchos años y casi parece que se haya cronificado. La acumulación de tensión social, política y sanitaria, que parece no tener fin, aumenta, sin duda, a nuestros niveles de ansiedad.
Sensación de falta de control
La sensación de que tenemos el control sobre lo que ocurre en nuestras vidas es, en muchos casos, tranquilizadora. Sin embargo, esta necesidad de controlarlo todo puede llegar a ser poco adaptativa e, incluso, una de las principales causas de la aparición de la ansiedad.
Lo queramos o no, en nuestras vidas, hay muchos factores externos a nosotros sobre los que tenemos poco o ningún control. Cuando se da una de esas situaciones, la necesidad de control, puede generar frustración, estrés, ansiedad y miedo. Ese control de tu vida que anhelas, y que te hace sentir tan seguro, se te escapa de las manos.
Una situación como una pandemia global o una guerra mundial es algo que afecta directamente a nuestra vida y, sin embargo, no tenemos ningún tipo de control sobre ello. Es comprensible que la inseguridad se apodere de nosotros y nos pongamos en modo alerta para intentar encontrar una solución - control - que, sin embargo, no existe. Al no poder dar respuesta o salida a ese estado de alerta, la ansiedad sigue disparada, generándonos malestar.
La paradoja de la necesidad de control es que hay algo que sí podemos controlar. Y es, precisamente, el aceptar no controlarlo todo. Ese es el acto que sí está en nuestras manos y que puede darnos algo de alivio. En cualquier caso, si solos no podemos, la terapia nos puede ayudar.
Entra en juego la indefensión aprendida
Muy unida a esta necesidad de control está lo que se conoce en psicología como "indefensión aprendida". Un experimento clásico - y bastante cruel - es el llevado a cabo en 1967 por Seligman en el que sometió a dos perros a descargas eléctricas. Uno de ellos tenía control sobre ellas, ya que podía apagar la descarga pulsando una palanca.
El segundo, sin embargo, hiciera lo que hiciera, no podía apagar la descarga y esta se detenía de manera aleatoria. Posteriormente, los dos perros fueron introducidos en una habitación cuyo suelo emitía descargas eléctricas. En este caso, ambos podían evitarlas yendo a una zona concreta de la habitación y saltando un murito.
El perro que en la primera fase del experimento tuvo control sobre las descargas buscó y encontró la forma de librarse de ellas en esta habitación. Sin embargo, el segundo perro no buscó la manera de evitarlas y se limitó a aceptarlas de forma pasiva. Básicamente, estaba resignado. Y eso es lo que supone la indefensión aprendida. Ahora sabemos que nuestro estilo atribucional personal influirá en cómo nos afecta esta indefensión aprendida.
Pero, en cualquier caso, cuando nos ocurren una y otra vez situaciones negativas sobre las que no tenemos ningún control, puede ser habitual que acabemos sintiendo esa indefensión y resignación. Sentimos que no tenemos ningún poder hagamos lo que hagamos. Después de la concatenación de crisis sociales, políticas y económicas que hemos vivido, sobre las que sentimos no tener ningún poder, no es de extrañar que muchos hayamos desarrollado esta sensación de indefensión, acostumbrándonos al miedo, a la incertidumbre y, en parte, a sufrir ansiedad.
El efecto que la sobreexposición a la información tiene sobre nuestra salud mental
Internet y las redes sociales nos han acercado a la posibilidad de encontrar cualquier tipo de información en segundos. Nunca habíamos tenido acceso a tanto conocimiento, a tantas noticias o a tanta actualidad como lo tenemos ahora. En un solo click podemos informarnos de cualquier cosa que queramos.
Basta con que entremos en redes sociales para conocer no solo las noticias del día en el mismo segundo en el que están ocurriendo, sino también la opinión y reacción a las mismas de miles de personas. Y esto es maravilloso, porque la información es poder. Pero, si algo aprendimos con la pandemia, es que también puede ser un arma de doble filo.
Por un lado, la prisa por ser los primeros en informar puede hacer que las noticias que recibimos estén incompletas, sesgadas, no estén confirmadas o sean innecesariamente alarmistas. Por otro lado, el que cualquiera pueda informar y opinar hace que esta información que recibimos no siempre sea veraz - estamos en la era de los bulos - no sea del todo correcta o, simplemente, se trate de una opinión.
El bombardeo constante de información, en muchos casos más alarmista de lo que realmente es la noticia real, tiene un efecto indiscutible en nuestra salud mental. Exponernos a la información de manera continuada, sin filtrar y sin parar, nos pone en estado de alerta. Este estado nos hace buscar soluciones - la necesidad de control de la que hablábamos - y para ello buscamos todavía más información, alimentando ese estado de alerta.
Irónicamente, lo que hacemos para intentar tranquilizarnos y prepararnos, se convierte en la pescadilla que se muerde la cola y el caldo de cultivo perfecto para un estado de ansiedad constante. Lo que podemos hacer en este caso es seguir las recomendaciones que ya se dieron durante el inicio de la pandemia:
Tener un papel activo en el control de la información que recibimos. Esto lo podemos hacer seleccionando muy bien los canales y las personas a través de los cuales nos informamos. Más rapidez no significa más veracidad ni más información.
Por otro lado, establecernos ciertos momentos concretos al día para informarnos puede ser de gran ayuda. Es decir, en vez de estar leyendo, con redes sociales abiertas constantemente, elegir una o dos franjas horarias breves al día para informarnos activamente en los canales fiables que hayamos escogido.
Miedo, incertidumbre y anticipación de situaciones catastróficas
Una de las consecuencias de esta sobreinformación que tenemos, muchas veces con noticias contradictorias o que se adelantan a los hechos reales y efectivos que están ocurriendo, es el miedo que nos genera, la incertidumbre y la anticipación de situaciones catastrofistas en la que nos pone.
Pongamos la guerra entre Rusia y Ucrania como ejemplo. Todavía no sabemos qué va a pasar. Si se va a tomar la decisión de ir a la guerra contra Rusia o se va a seguir intentando buscar una solución diplomática. Sin embargo, todo el mundo habla ya - y desde hace semanas - de una tercera guerra mundial como si estuviera ya aquí.
Nos estamos adelantando a la propia realidad actual. La ansiedad se dispara y nos hace pensar en las consecuencias de algo que todavía no está ocurriendo y que, de momento, no sabemos si va a ocurrir. Y ahí entra el pensamiento catastrofista propio de la ansiedad: generamos posibles escenarios a cada cual peor, basados en experiencias anteriores o en la información que disponemos de consecuencias en situaciones similares pasadas.
Si tenemos en cuenta lo que sabemos sobre las guerras mundiales, no es raro que esos escenarios que nos estamos creando sean terribles. No sabemos si van a ocurrir. Todavía no han ocurrido. Pero en nuestra anticipación catastrofista son casi una realidad y volvemos al estado de alarma y, por tanto, a la ansiedad.
Intentar aferrarnos a la información real que tenemos. A lo que sabemos ahora mismo de verdad, objetiva y racionalmente y al aquí y ahora, puede ser una herramienta que nos ayude a aliviar nuestro malestar. Parémonos cinco minutos a ver dónde estamos, lo que oímos, lo que podemos tocar con nuestras manos y lo que olemos. Es una forma de aterrizar en nuestra realidad actual y alejar nuestra mente de escenarios que no sabemos si van a ocurrir.
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