Hoy en día se nos pone el pelo de punta cada vez que escuchamos la palabra “grasa“. Nuestro subconsciente la vincula en una milésima de segundo con un sentimiento negativo surgiendo un rechazo total a esta palabra. Y es que durante las últimas 4 décadas se ha producido un auténtico bombardeo y lucha contra las grasas. Esto se debe a que siempre se pensó que era el causante del incipiente aumento de obesidad y sobrepeso sin precedentes.
Pero el drástico énfasis en una dieta muy baja en grasas que ha existido desde entonces y que tanto nos ha influido haciendo que nos alarmemos tanto ha sido un completo error. Hemos estado completamente confundidos durante todo este tiempo centrándonos solo en la grasa, cuando el actual y verdadero “enemigo” es el azúcar.
Se ha podido comprobar como a pesar del descenso de la ingesta de grasas recomendadas durante estas décadas atrás, el porcentaje de personas con sobrepeso y obesidad se ha disparado escandalosamente. Esto se debe principalmente al hecho de introducir los hidratos de carbono refinados como el azúcar en nuestra dieta, y además, de forma descontrolada.
Cuando un sujeto ingiere cantidades de hidratos de carbono (sobre todo si son refinados) que no necesita, esa cantidad extra se almacena en forma de grasa. El problema es que este tipo de hidratos de carbono tienen un índice glucémico muy alto, generando grandes picos de insulina sin saciar para nada el apetito, de manera que al muy poco tiempo de una ingesta de este tipo de hidratos de carbono el organismo pide más, y nosotros lo consumimos. Esto hace que las cantidades de energía extra que almacenemos sean desmesuradas.
Por ello, debemos limitar los hidratos de carbono refinados en nuestro consumo diario, ya que son el verdadero peligro en el control de una dieta, y no tanto las grasas como siempre hemos pensado. Las grasas monoinsaturadas como las poliinsaturadas son imprescindibles para nuestra dieta. Las únicas que debemos de evitar son las saturadas y las trans.
Imagen |plushplex
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