Con la llegada de enero un 40% de estadounidenses se marcará propósitos de año nuevo y casi la mitad intentará perder peso o ponerse en forma.
Pero un 80% de los propósitos de año nuevo no duran ni hasta febrero y en los gimnasios se nota la caída en afluencia cuando pasan los dos primeros meses del año a medida que esos propósitos de año nuevo caen en el olvido.
Como profesor adjunto en la Universidad de Binghamton y antiguo levantador de pesas olímpico, campeón del mundo en halterofilia y entrenador de fuerza, me he pasado la mayor parte de mi vida en salas de entrenamiento y gimnasios por todo EE.UU. Muchas veces la gente me pregunta cómo he podido mantener la motivación a la hora de entrenar.
Motivación y objetivos a corto plazo
Hace muchos años, cuando estaba en el Centro para Entrenamiento Olímpico de Colorado Springs, en Estados Unidos, una psicóloga del deporte me dijo que lo de la motivación era mentira.
Me llevó años de experiencia y documentación para entender por qué, pero creo que tenía razón.
A nivel personal, no tengo problema a la hora de levantarme cuando hace frío y todavía es de noche si se acerca una competición. Sin embargo, cuando no hay ningún objetivo inmediato a la vista, levantarse tan temprano es mucho más difícil.
La motivación se nutre de nuestras emociones y puede ser algo positivo, siempre y cuando la utilicemos para un objetivo a corto plazo. Para algunas personas los propósitos de año nuevo pueden ser toda una motivación, pero teniendo en cuenta que la motivación se basa en las emociones, no puede durar mucho.
Dicho de otra forma, nadie puede reír o llorar de forma indefinida y exactamente por eso sabemos que la motivación se acabará esfumando.
Las emociones se basan en la liberación de sustancias químicas que producen una respuesta fisiológica. Si una persona que está intentando ponerse en forma depende de dicha reacción para motivarse a hacer ejercicio, probablemente se acabará agotando, al igual que los propósitos de año nuevo.
Cuando la gente se apunta al gimnasio, lo hace con la mejor de las intenciones. Sin embargo, tomamos estas decisiones bajo un estado mental emocionalmente cargado. La motivación nos ayuda a cumplir los objetivos a corto plazo, pero es virtualmente inútil para aquellos objetivos que requieren un largo periodo de tiempo.
En otras palabras, no descartes completamente el poder de la motivación, pero tampoco cuentes con que vaya a durar mucho.
La disciplina trae resultados
Si la motivación no te va a ayudar a lograr tus objetivos, ¿qué lo hará?
La respuesta es la disciplina. Me gusta definir la disciplina como la capacidad de hacer lo que es necesario para tener éxito cuando es más difícil conseguirlo. Otra forma de pensar en la disciplina es tener la capacidad, y no necesariamente el deseo, de hacer lo que hace falta hacer cuando menos ganas tienes de hacerlo.
No conseguir levantarte cuando suena la alarma, la incapacidad de decidir irte a casa cuando estás de fiesta y al día siguiente tienes partido o comerte un donut cuando te has prometido no comer azúcares procesados son signos de falta de disciplina, no de falta de motivación.
Las claves de la disciplina son la práctica y la constancia. La disciplina supone realizar acciones repetitivas y en ocasiones aburridas: no hay atajos. Puede que el hecho de que hayas ido al gimnasio las tres primeras semanas se lo puedas agradecer a la motivación, pero a partir de ahí lo que cuenta es la disciplina.
También hay otra diferencia importante entre motivación y disciplina: la motivación en sí no es suficiente para adquirir otras destrezas que nos ayuden a mejorar, pero la disciplina si, puesto que mejora la autoestima y la paciencia.
La disciplina crea constancia y la constancia nos ayuda a crear hábitos. Dichos hábitos son los que, finalmente, definirán nuestros éxitos.
Autor:
- William Clark. Profesor adjunto de estudios de la salud y el bienestar, Universidad de Birghamton, Universidad del estado de Nueva York.
Este artículo ha sido publicado originalmente en The Conversation. Puedes leer el artículo original aquí.
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Traductor | Silvestre Urbón