En cierto modo, aunque la comparación sea algo macabra, la obesidad podría considerarse como una ruleta rusa. La genética puede poner balas en esa "pistola", pero somos nosotros con nuestros hábitos diarios los que decidimos si apretar o no el gatillo de la obesidad.
Con esto no se quiere decir que la genética va a determinar si una persona es obesa o no, pero no podemos negar el papel importante que juega la genética a la hora de predisponer o desarrollar obesidad y las consecuentes enfermedades. Unas personas son, genéticamente, más afortunadas que otras respecto a este tema.
La genética predispone, pero el hombre es el que dispone
Aunque nosotros poco podemos hacer para modificar sustancialmente la genética, sí que podemos, con los hábitos alimenticios, de actividad física y con el descanso, producir modificaciones epigenéticas que, digámoslo de este modo, reducirían el número de balas de esa pistola de la obesidad.
El modo de vida que tenían nuestros antepasados cientos y miles de años atrás, sin duda marcó nuestra genética a nivel metabólico. Hace miles de años, el famoso gen ahorrador, permitió en épocas de escasez sobrevivir y reproducirse a aquellos individuos con mutaciones genéticas favorables a acumular la energía de los alimentos.
Lo que años atrás nos salvó la vida, hoy, en un ambiente obesogénico y de abundancia, nos está condenando a la enfermedad. Es algo que no deja de ser paradójico, pero que es importante que seamos consciente de ello para entender como ciertas personas y, en general, los humanos, podemos estar predispuestos a la obesidad si no cuidamos nuestros hábitos de vida.
En libros como El mono obeso, ya vimos la importancia de los genes en la predisposición a la obesidad. Cada uno de nosotros estamos preprogramados por nuestra carga genética, pero eso no significa que no podamos evitar la obesidad mediante nuestra voluntad.
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