En la literatura científica hay algunas publicaciones que son obligatorias para comprendernos mejor como seres humanos. Daniel Lieberman es uno de los mejores divulgadores sobre la evolución humana, haciéndonos ver aspectos de nuestros ancestros que explican nuestro comportamiento millones de años después. En el 2018, Liberman, junto con Wallace y Hainline, publicaron una perspectiva evolutiva de la mente humana que revela si realmente el humano está hecho para estar tumbado en el sofá o estamos decepcionando a todos nuestros ancestros por no movernos más.
“Nada en biología tiene sentido excepto a la luz de la evolución”
Como bien dijo el renombrado genetista Theodosius Dobzhansky “nada en biología tiene sentido excepto a la luz de la evolución”. Hay muchos mecanismos psicobiosociales que no llegamos a comprender a día de hoy si no miramos millones de años atrás.
Cada una de las personas que está leyendo estas palabras es fruto de la selección natural. Aquellos ancestros que conseguían sobrevivir, los más fuertes, conseguían dejar descendencia. La supervivencia del ser humano ha estado regida por la capacidad de moverse y obtener recursos.
De ese hecho podemos creer que el ser humano está diseñado para moverse, y sí, lo está, pero nuestro cerebro está diseñado para movernos solamente si obtenemos una recompensa mayor al coste de hacerlo. Eso quiere decir que recorríamos kilómetros y kilómetros para buscar otro asentamiento, pero lo hacíamos porque el gasto de energía iba a ser menos que el beneficio que lograríamos después de la mudanza.
Cuando hace millones de años un homínido trepaba a un árbol lo hacía porque el fruto le iba a dar más calorías que las que había gastado por subirse a él. La propensión humana a la actividad física es reciente, llamando reciente a algunos miles de años, que es un grano de arena en el desierto de la historia de la humanidad.
Todas nuestras adaptaciones, como el cambio hacia el bipedalismo, fueron por necesidad, no por gusto. Caminar en dos apoyos y no en cuatro liberó las manos para poder obtener alimentos de manera más eficiente. Poco a poco fuimos mejorando la forma de obtener alimentos, siendo la cooperación entre los miembros del grupo otro factor vital para la subsistencia.
Algunos antropólogos cifran entre 9 - 15 kilómetros la distancia que el Homo erectus caminada cada día, en muchas ocasiones con niños en brazos, o llevando alimentos y herramientas. También corrían para cazar hasta agotar a sus presas, lo que se denomina caza persistente, hasta que los arcos y las flechas les facilitaron el trabajo.
Cerebro: la pieza clave de la evolución
Sin profundizar en características técnicas, nuestro cerebro es mucho más grande, pesado y complejo que el de los ancestros centenares de miles de años. Uno de los avances que nos ha permitido sobrevivir y pasar a ser el animal más avanzado a nivel mental fue la colaboración entre iguales.
La pertenencia a un grupo requería razones y evitar comportamientos egoístas y agresivos. Gracias a la cooperación, cada miembro del grupo, joven o viejo, hombre o mujer, sano o enfermo, pudo hacer más de lo que haría de manera individual. El cerebro tuvo que ir generando adaptaciones en búsqueda de la forma óptima de sobrevivir lo máximo haciendo lo mínimo.
La actividad física es una evolución antigua que dejamos de lado cuando conseguimos domesticar animales y cultivar nuestros propios alimentos. Desde una perspectiva evolutiva, hasta hace muy poco, los humanos nunca pudimos evitar la actividad física; por tanto, el cerebro humano requiere actividad física simplemente porque evolucionamos para ser físicamente activos.
Sin embargo, una cosa es lo que necesitamos y otra lo que nuestro cerebro "nos dice". Cuando no coincide lo que necesitamos y lo que hacemos se da lugar a enfermedades no coincidentes. Esto sucede en enfermedades como Alzheimer, la enfermedad de Parkinson, la esclerosis múltiple, la ansiedad y la depresión que necesitan una activación cerebral y física que no existe a día de hoy, razón por la cual el ejercicio físico previene y mejora los síntomas en estas enfermedades.
Año 2024: ¿para qué voy a moverme si "no lo necesito"?
Nuestro cuerpo es tremendamente adaptativo, de hecho, es el resultado de millones de años de ajustes y cambios. El ser humano es perezoso por naturaleza y nuestro cerebro solamente nos mandará una señal para que nos movamos cuando aparezca el "hambre" (entre comillas porque veremos a continuación que puede ser hambre real o una motivación o búsqueda de recompensa).
La diferencia entre hace millones de años y ahora es que cuando recibimos esa señal de ganas de comer nos bastan 10 pasos al frigorífico y tenemos "nuestra presa". El cuerpo está diseñado para ahorrar energía y almacenarla, de hecho, la acumulación de grasa era un seguro de supervivencia para cuando no existía tanta comida a su disposición.
Todos los profesionales de la salud recomiendan la actividad física por sus beneficios para todo tipo de enfermedades, para mejorar la composición corporal y para prevenir problemas físicos y mentales. Sin embargo, aunque sabemos que necesitamos movernos por nuestro bien, ¿por qué no lo hacemos?
Aquí confluye toda la información anterior: siempre nos hemos movido para obtener una recompensa en forma de alimento para subsistir. Necesitamos una motivación o recompensa para hacer ejercicio físico y movernos, ya sea en forma de medalla, competición, mejorar nuestro físico o para estar más saludables.
Si nuestro cerebro no recibe ese objetivo como una motivación similar a la de nuestros ancestros por obtener alimento, no nos moveremos. Los humanos estamos diseñados para movernos, pero somos extremadamente perezosos, y no es culpa nuestra sino de nuestro cerebro que ha evolucionado mucho más lento que todo lo demás.
Fíjate un objetivo claro, envíaselo a tu cerebro y te ayudará a moverte más
Los deportistas de élite entrenan horas y horas cada día, juegan con dolor, madrugan y una larga lista de cosas que ni a ti ni a mí nos gustan. ¿Por qué ellos lo hacen y tú no? Se le llama disciplina y no surge de la noche a la mañana, salvo casos extremos como accidentes o sustos de salud.
Desde pequeños han fijado en su cerebro la recompensa de ganar su competición, y esa es su recompensa. Al igual que nuestros ancestros caminaban 10 kilómetros cada día cargados si era necesario para obtener su recompensa (alimento), los deportistas de élite hacen lo propio por recoger su medalla, su recompensa.
Si quieres perder peso, por ejemplo, tienes que fijarte un objetivo claro que vaya más allá de verte bien el espejo. Busca historias de superación en las que las personas hayan perdido mucho peso y verás que todo comienza con un 'momento clic' en el que descubren que su obesidad le impide jugar con sus hijos, disfrutar de vacaciones con los amigos o cualquier limitación.
Que tu motivación sea más grande que el movimiento que te lleve hasta ella
Da igual que leas en Vitónica que tienes que hacer ejercicio para reducir el riesgo de enfermedades, morirte más tarde y vivir mejor los últimos años de tu vida porque para muchos esa no es una recompensa tangible. Busca tu recompensa, tanto a nivel físico como en general en la vida, y te dará igual dormir menos, entrenar horas o no tomarte esa cerveza.
Tu cerebro habrá conectado con su programación de hace millones de años y ahí empezará todo. Será normal que falles entrenamientos y que te saltes la dieta, recuerda que tu cerebro quiere que te quedes en el sofá y un ultraprocesado es una recompensa para él, pero lo ideal es ir adaptándolo con el paso del tiempo.
Referencias
Wallace, I. J., Hainline, C., & Lieberman, D. E. (2018). Sports and the human brain: an evolutionary perspective. Handbook of clinical neurology, 158, 3–10. https://doi.org/10.1016/B978-0-444-63954-7.00001-X
Dobzhansky, T. (2013). Nothing in biology makes sense except in the light of evolution. The american biology teacher, 75(2), 87-91.
Hawkes, K., O'Connell, J., & Blurton Jones, N. (2018). Hunter-gatherer studies and human evolution: A very selective review. American journal of physical anthropology, 165(4), 777–800. https://doi.org/10.1002/ajpa.23403
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Imágenes | Meo (Pexels), Andrea Piacquadio (Pexels), Evolución humana (Flickr), Aschwin (Flickr)
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