Es común que nuestra abuela escuche peor de lo que lo hacía unos años atrás, o que tenga que utilizar gafas con mayor aumento por una pérdida de visión. La perdida del sentido del oído y de la vista es inherente a la edad, pero ¿y el sentido del olfato? ¿Puede determinar nuestra capacidad para detectar un olor nuestra fragilidad en unos años? Una nueva investigación ha analizado esta asociación entre el olfato y la fragilidad. Te exponemos sus hallazgos a continuación.
Esto no me huele bien: asociación entre el sentido del olfato y el envejecimiento
La mejor forma de curar siempre es prevenir la enfermedad, o si va a ocurrir de forma inevitable, predecirla con antelación para intervenir de forma rápida y efectiva. Una nueva investigación ha determinado que la pérdida del olfato es un marcador de riesgo de fragilidad en el envejecimiento.
Hasta ahora ya se había descrito que el deterioro cognitivo temprano estaba relacionado con la disfunción olfativa, es decir, que perder sentido del olfato se vincula con deterioro en el cerebro. Estos nuevos hallazgos ponen de manifiesto una nueva forma de evaluar el estado actual de los adultos mayores y la predicción de un envejecimiento más o menos saludable.
¿Hueles? ¿Qué hueles?
La publicación de The Journal of Gerontology analizó la prevalencia de la fragilidad asociada con la capacidad de oler. Para ello lo sujetos se sometieron a pruebas de sensibilidad olfativa (capacidad de detectar la presencia de un olor) y de identificación olfativa (detectar a qué huele).
Esa asociación entre la fragilidad y el sentido del olfato se debe a que nuestro cerebro interpreta y clasifica un olor. Si no detectamos un olor, o no sabemos decir a qué huele, puede manifestar un incorrecto procesamiento, lo que se asocia con la fragilidad.
A medida que envejecemos se van debilitando varios sentidos: oído, vista y olfato. Es común tener que hablarle algo más alto a nuestra abuela o que no sea capaz de aprobar un test de visión sin gafas, pero el sentido del olfato no había sido tenido tan en cuenta en relación con el envejecimiento, la fragilidad y la mortalidad.
¿Qué ocurre si nuestro sentido del olfato se ve mermado con la edad?
Las consecuencias comunes de la pérdida del olfato incluyen la pérdida de apetito, dificultad para controlar la higiene personal, depresión e incapacidad para detectar gases tóxicos. En adultos mayores, esto puede estar asociado con pérdida de peso, desnutrición, debilidad e incluso problemas graves ocasionados por pérdida de gas o incendio que no llegan a oler, o que tardan en hacerlo.
Cuanto peor era el sentido del olfato, más frágil era el sujeto. Con ese hallazgo se resume la investigación citada anteriormente, y de ahí sabemos que el olfato puede ser un biomarcador medible y un factor de riesgo potencial de fragilidad en adultos mayores.
De esta forma, al igual que existen diferentes pruebas de vista, oído u otras analíticas, se puede incorporar una prueba de apenas dos minutos para realizar una prueba de olfato. Si la persona suspende dicha prueba deberá actuarse en consecuencia para frenar ese envejecimiento acelerado que ya muestra.
Un aumento de la actividad física y la mejora de la dieta serían dos estrategias a incorporar en ese mismo momento. Mientras tanto, sería aconsejable someter a la persona a un examen neurológico más detallado para comprobar las funciones cerebrales. Detectar algo a tiempo no sirve de nada si no se actúa rápidamente.
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Imágenes | Lance Reis (Unsplash), Battlecreek Coffee Roasters (Unsplash), Richard Ecsedi (Unsplash), Ruud Slinger (Unsplash)