No es una regla estricta a seguir pero sí es una orientación de cómo deben ir encaminadas la primera y última comida del día. El proponer hidratos de carbono para desayunar y proteínas para cenar no es algo casual, sino dar al cuerpo lo que necesita en ese momento. Por las mañanas el organismo necesita cargarse de energía, y nada mejor para ello que los hidratos y por la noche necesita reponer a aumentar tejidos como el músculo, y para eso están las proteínas.
En el desayuno cuando nos referimos a hidratos son sobre todo hidratos de carbono complejos, que nos van a dar energía poco a poco a lo largo de la mañana. Cereales, tostadas o galletas son alimentos que no pueden faltar en nuestro desayuno para cargar los depósitos de hidratos, aunque tomar algún dulce y fruta que tienen hidratos simples tampoco está de más para obtener energía al instante.
Con las proteínas a la hora de la cena hay que tener cuidado, no se trata de darse un atracón de carne, sino de comer alimentos ligeros que tengan un buen contenido en proteínas, como puede ser la carne de pollo en una ensalada o soja para obtener también proteínas del lado vegetal.
El desayuno debe suponer en torno al 25% de las calorías diarias, mientras que la cena es un 15-20%, el desayuno es una comida más fuerte, mientras que la cena, además de ser menos calórica, también debe de ser menos pesada y con menos grasas por ser la última comida del día, así facilitaremos la digestión, mejoraremos la calidad del sueño y evitaremos que nuestros depósitos grasos aumenten.
Aunque como hemos dicho al principio ésta no es una regla a seguir y algún día podemos alterarla, sin conviene que de forma general durante la semana esta opción de hidratos al desayunar y proteínas al cenar se cumpla, sobre todo si somos deportistas, donde estos dos nutrientes son parte fundamental de la dieta.
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Imágen | Jimmy Coupe
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