La procrastinación es uno de los grandes males de la humanidad. Aunque no es nuevo, solo ahora comenzamos a entender los factores que existen tras este comportamiento disruptivo. ¿Y si fuera una enfermedad? ¿Cómo podríamos combatirlo?
No son preguntas baladíes. La procrastinación puede suponer una barrera cotidiana e infranqueable a la hora de conseguir nuestras metas. Esto es lo que sabemos a nivel científico sobre ella.
¿Qué es y en qué consiste la procrastinación?
Curiosamente, a pesar de que todo el mundo la sufre en mayor o menor medida, no todas las personas saben lo que es la procrastinación. Conocemos con este nombre al acto de retrasar una tarea, del tipo que sea, realizando otra acción. Normalmente esto suele consistir en algo más agradable, aunque también puede ser más irrelevante que la tarea en sí, lo que puede suponer acabar con otra tarea pendiente o, incluso, generar tareas nuevas que nos parecen menos desagradables o dificultosas.
Procrastinar no siempre supone perder el tiempo, puesto que el empleado puede utilizarse para hacer otras cuestiones productivas y útiles. Lo que implica es desplazar y retrasar una o varias tareas que no queremos hacer. La procrastinación no es nueva, ni mucho menos. El viejo dicho de "no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy" se atribuye a la antigua Grecia.
El propio Cicerón odiaba el acto de procrastinar. Estas referencias históricas demuestran que el ser humano lo ha hecho así desde que podemos recordar, al menos. A día de hoy, con la cantidad de medios de los que disponemos, la procrastinación probablemente sea más fácil que nunca, aunque no hace falta nada externo para practicarla.
¿Y qué explicación fisiológica tiene? Hasta donde sabemos, la procrastinación no depende de ningún mecanismo psicológico directo. Hasta la fecha no hemos conseguido documentar este comportamiento en ningún otro animal que no sea humano, incluyendo los primates no homínidos, pero tampoco sabemos por qué. ¿Cómo surge este acto?
Factores biológicos para no enfrentarnos a nuestras responsabilidades
La neuropsicología aporta una visión complementaria de la procrastinación que puede resultar interesante. Esta funcionaría como un acto natural motivado por el sistema límbico, el cual controla nuestras acciones más instintivas y primarias. El límbico, por la vía mesolímbica, controla el llamado "sistema de recompensa" que regula la producción de dopamina según el estímulo que recibimos.
Este neurotransmisor, es el encargado, grosso modo, de dar la sensación de felicidad y gratificación. Durante la procrastinación, el sistema límbico nos "recompensa" a la hora de hacer tareas que nos apetecen más o que resultan menos desagradables. Esta acción puede volverse adictiva, en un sentido coloquial, de manera que comenzamos un ciclo de procrastinación del que es muy difícil salir. Y es que uno de los sistemas más básicos y potentes de nuestro cerebro lo está controlando.
Esto explicaría un hecho que toma cada vez más cuerpo: los estudios muestran que existen los procrastinadores patológicos. Estos son aquellos que de forma sistemática tienden a procrastinar debido a una dependencia psicológica y fisiológica. No es difícil caer en este ciclo de procrastinación movido por un comportamiento que es reforzado por nuestro sistema de recompensa.
Las consecuencias de una actitud patológica se manifiestan en una actitud que no deja a la persona enfrentarse a tareas que son costosas, aunque estas sean importantes o prometan una recompensa mayor, inclusive las más pequeñas pero desagradables. Esta actitud, normalmente, genera un mayor nivel de estrés y frustración entre los procrastinadores, alimentando el círculo.
¿Podemos poner remedio contra la procrastinación?
Las investigaciones también muestran un índice mayor de fracaso y malestar entre los procrastinadores habituales, sean estos patológicos o no. Por otro lado, los investigadores han detectado una correlación entre la actitud y la procrastinación. Las personas más impulsivas tienen tendencia a distraerse más fácilmente, una acción que promueve la procrastinación.
Por otro lado, existen evidencias de la falta de disciplina y voluntad de sacrificio y el aumento de la procrastinación, como resulta lógico. Esto podemos trabajarlo, reduciendo la aparición de comportamientos procrastinadores. Elementos como el ejercicio físico, por ejemplo, pueden ayudarnos enormemente. Esto se debe a que, en primer lugar, el ejercicio también actúa sobre el sistema de recompensa, ayudando a regularlo.
En segundo, y casi más importante, el ejercicio nos ayuda a tener una vida más disciplinada: introduce rutinas cotidiana. Además, nos ayuda a descansar mejor y tener más capacidad de reacción ante lo adverso, sintiéndonos menos cansados. Con estas pequeñas medidas ya conseguiremos romper el ciclo que dirige nuestro sistema límbico hacia la procrastinación, aunque no será suficiente.
Dejar un mal hábito, sobre todo si este tiene un apartado fisiológico, puede ser increíblemente duro. Para dejar de procrastinar, otro truco es emplear estrategias de gamificación o recompensarnos a nosotros mismos por las tareas realizadas. Solo así podremos cambiar nuestro sistema de recompensa para que comience a premiar, de una vez,el cumplir con las tareas que debemos hacer.
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