Unos dicen que el ejercicio físico da hambre y otros que no, ¿quién tiene razón? La verdad máxima la tendrá cada uno al experimentar en su propio cuerpo lo que ocurre. La segunda verdad intenta hallarla la ciencia en base a estudios que comprueban si el ejercicio físico afecta al apetito y a la ingesta de calorías. Resumimos a continuación qué se sabe a día de hoy sobre esta temática, recalcando que uno mismo es quien conoce más que nadie su cuerpo.
La relación entre el ejercicio de fuerza y el apetito
La población humana nunca ha tenido disponible una gama tan amplia y diversa de alimentos como en los últimos tiempos. La incapacidad para gestionar la ingesta de energía ha culminado en una mayor prevalencia de personas con exceso de masa grasa.
El apetito es un concepto general que implica un comportamiento de búsqueda de alimentos con o sin necesidad fisiológica. Se sabe que el sistema de control relacionado con las necesidades energéticas del cuerpo es homeostático, mientras que el sistema relacionado con comer por placer es no homeostático o hedónico.
Eso quiere decir que si nuestro cuerpo está bien regulado, nos dirá que tiene hambre cuando realmente la tiene. Sin embargo, los alimentos ultraprocesados han desregulado ese termostato natural alterando las decisiones sobre lo que comer y cuándo comerlo.
A esa decisión saludables sobre la elección de alimentos contribuye la dieta que sigamos y otros factores como el estrés o el sueño. Un día estresante o dormir mal puede hacernos tomar decisiones equivocadas con respecto a los alimentos, prefiriendo cenar una pizza ultraprocesada que una ensalada.
El ejercicio físico es otra variable que algunos indican que aumenta el apetito y otras personas explican que no aumenta el hambre por encima de lo que tendríamos sin dicho ejercicio físico. Una nueva revisión sobre la evidencia científica publicada en febrero de 2024 evalúa el impacto del entrenamiento de fuerza sobre el apetito.
¿Influye el entrenamiento de fuerza en el apetito y la ingesta de calorías?
Un grupo de investigadores brasileños y estadounidenses revisaron la literatura existente sobre el efecto que el ejercicio genera en el apetito y la ingesta de calorías. Su conclusión es que:
el ejercicio de fuerza no parece estimular conductas compensatorias o mecanismos que favorezcan el aumento del apetito y la ingesta de calorías. Sin embargo, el apoyo a este hallazgo se basa únicamente en el análisis hormonal y es necesaria la evaluación de variables de resultado adicionales. Además, la cantidad de ejercicio de fuerza parece ser un factor importante.
Por lo tanto, no es el entrenamiento de fuerza el que genera más apetito en sí mismo, al menos eso es lo que se ha podido comprobar hasta día de hoy. Lo que sí sabemos es que la composición corporal afecta al hambre y la ingesta de calorías diarias.
Las personas con mayor acúmulo de grasa y menos masa muscular tienden a tener más hambre y a verse menos saciados al comer. Por el contrario, las personas con menos porcentaje de grasa y una mayor base muscular tiene ese termostato citado anteriormente regulado, comiendo realmente por una necesidad biológica y no tanto por el placer.
El entrenamiento de fuerza ayuda en los procesos de pérdida de grasa, por lo que indirectamente reducirá nuestro disminuir el apetito al tener una mejor composición corporal. Eso nos permitirá controlar mejor la ingesta de calorías consiguiendo que la pérdida de grasa sea un proceso permanente y con con un efecto rebote.
Imágenes | Mike Kicoyne (Unsplash), Annushka Ahuja (Pexels)
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